“Con una entrega total y libre, seguimos a Jesucristo mediante los votos de obediencia, pobreza y castidad” (cf. Const. 2). “Nuestra forma de vida y regla suprema es guardar el Santo Evangelio viviendo en comunidad fraterna, minoridad y penitencia, en comunión con la Iglesia y en fidelidad a nuestro carisma expresado en las Constituciones” (Const. 3).
Para el franciscano, para nosotras, la vida misma se hace misión, acompañada de obras concretas en servicio a los demás, con un determinado estilo. Nuestra Congregación bebe de la espiritualidad de Francisco de Asís, transmitida por Luis Amigó, enamorado y fiel hasta el final de su vocación franciscano-capuchina, con un carisma que subraya de forma especial la dimensión misericordiosa del amor.
Seguimos a Jesucristo al estilo de Francisco de Asís y de Luis Amigó
Francisco de Asís no tuvo otra riqueza sino el Cristo del Evangelio y nuestro Padre Fundador nos transmitió ese espíritu en su vida y escritos, proponiéndonos este seguimiento como presupuesto básico y esencial. Para nosotras este Cristo se presenta con unas características especiales: Un Cristo inseparable del Padre; encarnado, pobre, humilde, crucificado y resucitado; un Cristo Buen Pastor y Redentor.
En comunidad fraterna
El seguimiento de Cristo se hace en fraternidad, como lugar de encuentro, donde las hermanas nos acompañamos y compartimos el gozo de la llamada. Una fraternidad que es don y tarea, celebra a Jesucristo, se vive en servicio humilde y obediencia mutua e implica igualdad entre todas las hermanas.
En minoridad
La minoridad franciscana comporta pequeñez evangélica y actitud de servicio. Ser menor equivale a ser siervo, pequeño, pobre, sencillo, humilde, sujeto a otros, a su servicio, disponible, sin afán de dominio. La minoridad como suma de actitudes evangélicas tiene para nosotras sus expresiones concretas en: la obediencia, pobreza y humildad; la opción preferencial por los más empobrecidos y necesitados; la confianza en la Providencia; el compromiso por la justicia, la paz, la defensa de la vida y el cuidado de la creación.
Penitencia-conversión
El espíritu de penitencia y actitud de continua conversión son componentes esenciales de nuestro carisma. La penitencia es, ante todo, cambio de mentalidad. Y ser penitente como Francisco, Clara y Luis Amigó implica: Que Dios pase a ser el todo bien, sumo bien, único bien… (AlD 3), redimensionando así todos los valores e intereses que podemos poseer y llevar un estilo de vida orante, austero, fraterno y de servicio incondicional a los hermanos y hermanas, sabiéndonos criaturas en manos del Creador.
En fidelidad a la Iglesia
San Francisco palpaba la inmediatez de la presencia de Jesús en su Iglesia en la persona concretísima del “Papa de la Iglesia Romana” a quien denomina con nombre propio (cf. 2R 2), de los Obispos, los teólogos y hasta el más pobrecillo sacerdote (cf. Test 6). El P. Luis Amigó fundó nuestra Congregación en estrecho sentir con la Iglesia, vivió como hijo obediente a ella, inculcó el amor, la sumisión, el respeto, la colaboración, la profundización de su doctrina, la acogida a sus iniciativas y sugerencias, invitándonos a testimoniar la comunión como miembros activos de la misma.
Vida apostólica
Nuestra misión apostólica es la realización de nuestra “forma de vida” expresada en la Regla y las Constituciones.
Como auténtica comunidad evangélica somos impulsadas por el Espirítu Santo a colaborar en la misión salvífica de la Iglesia que nos envía a ser presencia del Señor y portadoras de paz en el mundo (Const. 57). Evangelizamos “con el testimonio de la propia vida, el ejercicio de la caridad y el anuncio de la palabra a cuantos nos necesitan, preferentemente a los más pobres y necesitados” (Const. 4).
Toda nuestra vida y misión ha de caracterizarse por la actitud del Buen Pastor y el espíritu de la Sagrada Familia.
Con la actitud del Buen Pastor
Jesucristo es el único Pastor que conoce a sus ovejas, las ama, lo arriesga todo por ellas y da la vida según el mandato recibido del Padre. Esta actitud la encarnó en su vida nuestro Padre Fundador que se distinguió por su sensibilidad y entrega a los excluidos. El Buen Pastor es la figura que él eligió como guía y expresión de lo que quería vivir, siendo su lema episcopal: “Doy mi vida por mis ovejas”. Nosotras lo hacemos vida cuando anunciamos y construimos la paz, cuando buscamos el corazón de las mujeres y de los hombres a través del diálogo, del respeto, de la escucha, de la comprensión; cuando salimos al encuentro de los descartados…
Con el espirítu de la Sagrada Familia, nuestro modelo.
Nuestro Padre Fundador puso nuestra Congregación bajo la protección de la Sagrada Familia y quiso que fuera para nosotras inspiradora y modelo: “...especialmente en su espíritu de oración, vida de familia y disponibilidad a la voluntad de Dios” (Const. 6). Nuestra Congregación, bajo la mirada de la Sagrada Familia, nos hace ser una peculiar familia de hermanas, una peculiar fraternidad franciscana.
Pero además, “la familia de Nazaret nos compromete en la labor apostólica que realizamos a crear un clima de familia y prestar especial interés en la promoción cristiana de los hogares” (cf. Const. 61). Somos llamadas a vivir la acogida, la sencillez, la sensibilidad ante el sufrimiento, la preocupación y dedicación especial en el acompañamiento a las familias, defendiendo la vida, la dignidad de la mujer y los niños.
La imagen de la Sagrada Familia que preside la iglesia del mismo nombre, en nuestra Casa Madre de Massamagrell-Valencia-España, es la que el Fundador mismo escogió, antes incluso de la construcción del templo, porque vio en ella reflejadas sus dos congregaciones. Su deseo es vincular a la Familia de Nazaret con nuestra más entrañable tarea apostólica que es la de acompañar a los niños y jóvenes desamparados, en situación de riesgo, “movidas a compasión”, tarea que desde los inicios de nuestra Congregación llevamos a cabo junto al sepulcro del Padre Luis y cobijadas bajo la mirada de la Sagrada Familia.