“Lo que hemos visto y oido” Viviendo la alegría del evangelio con corazón misionero

Con motivo de la Jornada Mundial del Domund 2021, en la que se nos invita a todos los cristianos a compartir “lo que hemos visto y oído”, os comparto mi testimonio de manera sencilla y con corazón agradecido por mi vocación de Hermana Terciaria Capuchina de la Sagrada Familia que va entretejiendo la vida con personas de toda raza, lengua, pueblo y nación, a las que, gracias a la Buena Noticia de Jesucristo, nuestra Fe y Esperanza, puedo llamar de verdad Hermanas, Hermanos, pronunciando sus nombres desde la vida y la misión compartida.

Así vivo la misión, el don de la fraternidad, y como todo don debo acogerlo, reconocerlo y también trabajarlo para que dé fruto en abundancia, siendo para mí camino de purificación y salvación que voy recorriendo poco a poco, con la paciencia, sabiduría y misericordia que Jesús tiene conmigo, expresándola en gestos concretos de mis Hermanas, en tantas personas que aun sin saberlo me van ayudando a crecer, a madurar como mujer consagrada.

Es hermoso ver cómo experimentando mi fragilidad: ser extranjera, diferente, no conocer bien la lengua ni las diversas culturas que en África son innumerables, tener una piel que se quema, no aguantar un día sin comer, por poner algún ejemplo…, encuentro personas que me cuidan, ayudan y protegen con amabilidad. También la lección de vida que me dan cuando, sufriendo mi “impaciencia” nacida de mis propios ritmos, manera de pensar y ver las cosas, son pacientes conmigo. Cómo el discernimiento me va ayudando a pasar de “lo mío” a “lo nuestro”, liberándome así de mi prepotencia de pensar que “lo mío es lo mejor” viendo que “lo mío… lo que yo pienso, siento, creo, mi cultura…” no es lo mejor, sino simplemente “lo mío”, abriéndome así a la riqueza de acoger “lo del otro” que tantas veces es completamente diferente, válido, enriquecedor y me conduce al hermoso camino de “lo nuestro”.

Una de mis certezas de fe, desde lo vivido, es que Dios no se deja ganar nunca en generosidad; todo lo entregado con amor, Él lo multiplica hasta límites insospechados. Así, la fraternidad se extiende y me regala el llegar a cualquiera de las trece comunidades que tenemos en África: R. D. del Congo, Benín, Tanzania y Guinea Ecuatorial y sentirme en mi casa, acogida y querida por mis hermanas disfrutando, y también buscando la manera entre nosotras, laicos y beneficiarios de llevar adelante nuestras obras apostólicas en misión compartida y con una economía fraterna y solidaria en la que todos aportamos y todos recibimos, recibiendo también gran ayuda de benefactores a través de numerosos proyectos.

Ir al Hogar Rosario de Soano, para jóvenes con capacidades diferentes, en Morogoro-Tanzania, llamar a la puerta y que me abra y acoja con una sonrisa de par en par, Magdalena, una muchacha del Hogar. Llegar a Ntuntu-Singida y que los niños de la Escuela Maternal San Juan María Vianney, que aparecen en grupitos pequeños en medio de los árboles, desde sus casas diseminadas, vengan a la misa por la mañana temprano y nos acompañen en el camino hasta la escuela. Pasear por Kigamboni y que los niños, jóvenes y padres de Fray Luis Amigó Schools te saluden con cariño, sin distinción de religión, cristianos o musulmanes. Saludar a la gente en el barrio de Kasungami de Lubumbashi R.D. Congo y disfrutar de la familia que Dios nos ha dado: Maman Georgette ya anciana y sola, que vive al amparo de las hermanas, que siempre me recibe hablándome en swahili y francés como si entendiera todo lo que me dice, sin parar de trabajar. Los niños, niñas y jóvenes del Hogar Sagrada Familia, nuestra familia, los enfermos del Centro de Salud Santa Clara, los niños de la Escuela Maternal Montiel. Celebrar cincuenta años de presencia en Kansenia, R.D. Congo y recibir a grupos de las parroquias lejanas, que venían andando durante tres días para participar en la fiesta. Visitar con el grupo de novicias a los ancianos desamparados, en Ouessè-Benín; los poblados con las cooperativas de mujeres que son fuente de vida y desarrollo para las familias y pueblos de Nikki, los niños desnutridos, enfermos atendidos en Cotonou, Gló y tantos nombres que llevo en el corazón de Evinayong, Guinea Ecuatorial…

Bendito sea Dios por el regalo de mi familia que con su testimonio me hizo crecer en la fe en Jesucristo y la importancia de servir a los demás, por mi amada Congregación, y por el servicio que en estos momentos estoy prestando a mis hermanas y hermanos.

Como nuestro querido Padre Luis Amigó decía: “Sea todo por el amor de Dios”.

HNA. EVA MARÍA SALVADOR ASPAS, TC

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