I DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B
Primera lectura: Génesis 9, 8-15. Dios establece una alianza con Noé y su descendencia después del diluvio, y pone el arco iris como señal de su fidelidad y de su promesa de no volver a destruir la tierra con el agua.
Salmo responsorial: Salmo 24. Es un salmo de confianza en el Señor, que es el guía, el salvador y el perdonador de su pueblo. El salmista le pide que le enseñe sus caminos y le haga fiel a su alianza.
Segunda lectura: 1 Pedro 3, 18-22. El apóstol Pedro nos recuerda que Cristo murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación. Él es el modelo de nuestra fe y de nuestro bautismo, que nos une a él y nos hace partícipes de su victoria sobre el mal.
Evangelio: Marcos 1, 12-15. El evangelista Marcos nos narra cómo Jesús fue impulsado por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por Satanás, pero también asistido por los ángeles. Después de la prisión de Juan el Bautista, Jesús comenzó a predicar el Evangelio del Reino de Dios, llamando a la conversión y a la fe.
Empieza un nuevo día y despertamos al alba para escuchar y contemplar, ambas actitudes son fundamentales para acercarnos a Dios y a su voluntad. Escuchar implica estar atentos, receptivos y dispuestos a obedecer. Contemplar implica admirar, agradecer y alabar. Ambas actitudes nos ayudan a entrar en comunión con Dios y con los demás.
Escuchar
Leemos en el Evangelio “Después de esto, el Espíritu llevó a Jesús al desierto” (Mc 1, 12), “Allí vivió durante cuarenta días entre las fieras, y fue puesto a prueba por Satanás; y los ángeles le servían” (Mc 1, 13). “Después que metieron a Juan en la cárcel Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de Dios” (Mc 1, 14). Decía: “Ha llegado el tiempo, y el reino de Dios está cerca. Volveos a Dios y aceptad con fe sus buenas noticias” (Mc 1, 15).
Contemplar
Cruzando el umbral del miércoles de Ceniza, entramos en pleno período cuaresmal. El Evangelio de hoy es breve pero profundo en significado. La frase inicial nos dice: “El Espíritu empujó a Jesús al desierto, y se quedó en el desierto cuarenta días”. Esto es la Cuaresma: 40 días de desierto. La palabra “Cuaresma” proviene del latín “cuadragésima”, que significa precisamente “cuarenta”. Este tiempo evoca antiguos acontecimientos bíblicos cargados de simbolismo espiritual.
- 40 años de peregrinación del pueblo de Israel por el desierto hacia la tierra prometida.
- 40 días de permanencia de Moisés en el monte Sinaí, donde Dios renovó la alianza con su pueblo y le entregó las Tablas de la Ley.
- 40 días que recorrió Elías por el desierto hasta encontrarse con el Señor en el monte Horeb.
- 40 días que nuestro Señor Jesucristo pasó en el desierto orando y ayunando, antes de iniciar su vida pública que culminaría en el Calvario, donde llevaría a término nuestra redención.
En este pasaje (Mc 1, 12-15), contemplamos dos aspectos fundamentales: el desierto, donde Jesús se prepara para su misión, y el anuncio del Reino de Dios, que exige conversión y fe.
El desierto, en la literatura bíblica, no solo es un lugar físico, sino también un símbolo espiritual. Parece que Dios elige este escenario para llevar a cabo sus obras de salvación. El desierto es árido e inhóspito, pero también es un lugar de encuentro con lo divino. Es un lugar simbólico y profundo. Es el lugar donde el pueblo de Dios sufre, es probado y purificado pero también es el espacio donde Dios se revela a su pueblo y lo salva. Es un lugar de soledad, pero también de encuentro con el amor de Dios. Es un lugar de desolación y también de Esperanza. Es el lugar al que quiero ir porque en el “Dios me hablará al corazón y me volverá a conquistar” (Os 2, 14). En el desierto vemos a Dios tal cual es y Ell nos mira tal cual somos. Es el lugar donde me permito experimentar la debilidad y reconocer que “Misericordia es el nombre de Dios” (Papa Francisco).
Acoger la llamada del Espíritu al desierto y la conversión inicia por acoger la llamada a la santidad y a la vivencia del Evangelio como una vez lo expreso San Francisco “Esto es lo que quiero; esto es lo que busco; esto es lo que anhelo de todo corazón hacer” (cf. 1Cel 22)”. No es una idea, es la firme voluntad de dar el paso a la experiencia para ir configurando los propios sentimientos a los de Cristo de tal manera que la oración y la propia vida vayan pasando de los fundamentos superficiales hasta llegar a decir “ya no vivo yo es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).
La conversión es un camino exigente, que implica renunciar y luchar contra todo lo que nos aleja de Dios. Pero también es un camino de misericordia, que nos acerca a Jesús y a su seguimiento. Durante estos días, la Iglesia nos invita a practicar las obras de misericordia espirituales (Enseñar al que no sabe, Dar buen consejo al que lo necesita, Corregir al que está en error, Perdonar las injurias, Consolar al triste, Sufrir con paciencia los defectos de los demás, Rogar a Dios por los vivos y los difuntos) y corporales (Dar de comer al hambriento, Dar de beber al sediento, Dar posada al necesitado, Vestir al desnudo, Visitar al enfermo, Socorrer a los presos, Enterrar a los muertos) como signos de nuestra conversión.
Invitación.
Nos preguntamos:
¿La ascesis, la limosna, el ayuno, la oración, la penitencia y la confesión, son medios que te ayudan a profundizar y vivir con sentido la Cuaresma, que es un tiempo de gracia y de regalo? ¿Qué propósito tengo al inicio de la cuaresma? ¿Qué significa para ti vivir en actitud de permanente conversión?
¿Qué opinas de esta frase del papa Francisco? “Sin reconocimiento del propio pecado no puedes recibir la Misericordia”.
Intención.
Contemplemos la liturgia de hoy desde el deseo de estar con Jesús, de conocer su corazón, de amarlo y de seguirlo. Pidámosle al Señor que nos impulse su Espíritu al desierto.
Hna. Mariulis Grehan, tc