IV DOMINGO DE CUARESMA, <<LAETARE>>, CICLO B
Cada año el cuarto domingo de Cuaresma, vistiendose de rosa, nos hace notar que ya hemos caminado más de la mitad del camino hacia la alegría de la Pascua. La antífona de entrada de la Eucaristía comienza con la invitación «Laetare, Ierusalem», es decir “Alégrate, Jerusalén…” (Is 66,10). La liturgia de la Palabra de este día nos irá recordando los manantiales profundos e inagotables de la alegría que Dios mismo hace brotar en medio de cada realidad que vivimos.
Primera lectura – del segundo libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23
Dios sigue muy empeñado en caminar con su pueblo, incluso cuando este no le corresponde. Y cuando todo parece perdido (el templo destruido, el pueblo exiliado…) Dios hace resurgir de las ruinas una nueva esperanza. Y lo hace por un camino sorprendente, inesperado: por medio de alguien ajeno al pueblo elegido: Ciro, el rey de Persia. La fidelidad y la misericordia de Dios llega mucho más allá de lo que somos capaces de percibir. ¿No es esto una razón de alegría bien profunda?
Salmo 136, 1-2. 3. 4. 5. 6 R. El salmo es una lamentación del pueblo en exilio de Babilonia. La negación a cantar los cantos propios de Sión (del templo) en tierra extranjera y para la diversión del opresor se entrelaza con el propósito de no olvidar a la Ciudad Santa ”cumbre de alegrías”. Cultivar la memoria de los lugares sagrados de nuestra historia personal de salvación, nos puede ayudar a estar conectados con lo que nos fundamenta, incluso en medio de los destierros que también nos toca vivir alguna vez.
Segunda lectura – de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 2, 4-10
San Pablo escribe a los creyentes de Éfeso (y a nosotros) insistiendo que la salvación es algo que ya está presente (“estáis salvados”) y es un don gratuito de Dios (“ por pura gracia”), cuyo amor llega más lejos que el pecado (“por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo”). Salvación, gracia, fe, amor… Son palabras que seguimos usando hoy muy a menudo. Dejemos que hoy, el domingo Laetare, vuelvan a tocar con toda su fuerza nuestro corazón y lo llenen de alegría.
Evangelio según san Juan 3, 14-21
En la perícopa del evangelio de este domingo escuchamos parte del diálogo de Jesús con Nicodemo, fariseo, jefe judío. El diálogo se lleva a cabo por la noche, poco después del gesto profético de Jesús en el templo. Llama la atención la claridad con la que Jesús le habla a Nicodemo de su muerte, de la salvación y luz que trae para la humanidad. De hecho con Nicodemo nos encontraremos tan sólo dos veces más (y sólo en el Evangelio según san Juan). Será Nicodemo el que insistirá a los que querían matar a Jesús que no se le puede condenar a nadie sin juicio (Jn 7, 50-52) y luego quien traerá mirra y áloe para su sepultura (Jn 19, 39). Jesús confía su ser, su misterio también a personas inseguras, buscadoras, dudosas, indecisas… A Nicodemo, a su diálogo “a escondidas” con Jesús, le debemos la gran noticia de que “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. ¿No es esto un motivo de esperanza y alegría?
Contemplar
- DIOS ES SALVACIÓN. Jesús recuerda a Nicodemo uno de los acontecimientos que tuvo lugar durante el camino de Egipto hacia la Tierra Prometida: “Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida” (Num 21, 9). Avisa que “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. La Cuaresma pone ante nuestros ojos a Jesús crucificado. Y tán sólo podemos acoger la invitación a mirarlo y dejarnos salvar por Él. A Dios realmente le importa nuestra salvación y la desea incluso más que nosotros: desea que vivamos en su amor eternamente. Miremos a Jesús y dejémonos mirar por Él.
- DIOS ES AMOR. Y porque ama al mundo, a cada persona, a cada criatura con un amor inconmensurable, nos lo da todo: “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.”. A veces caemos en la tentación de pensar que Dios está muy centrado en mirar y buscar nuestros pecados, nuestras faltas, las imperfecciones… Y es todo lo contrario: está muy centrado en amarnos y salvarnos. Seguramente tenemos la experiencia de sentirnos amados por alguien (los padres, abuelos, hermanos, el esposo, la esposa, un amigo…). Y sabemos lo valioso de esta experiencia de un amor gratuito y sincero, aunque tan humano… ¿Cuanto más amor de Dios? Nos puede hacer bien hoy orar, dialogar con Dios sobre su amar y sobre nuestro creer…
- DIOS ES LUZ. Y es significante que a Nicodemo que viene a escondidas y por la noche, Jesús le hable sobre la luz: “el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”. Nicodemo parece tener dudas: percibe la verdad que trae Jesús, pero todavía no es capaz de entregarse a ella con toda la decisión, en pleno día. Nos pasa también a nosotros: nos acercamos a Dios con mayor valentía cuando somos capaces de nombrar nuestra verdad, lo mismo la bella que la pobre o incluso vergonzosa. Podemos estar seguros que también con nosotros Jesús quiere hablar, recordarnos la salvación, el amor y la luz que trae. Regalémonos en este camino hacia la luz de la Pascua, la experiencia de acercarnos a Dios, de dejarnos iluminar por su luz, de estar ante Él con toda nuestra verdad.
Invitación
La salvación de Dios ya está presente en la realidad de nuestra vida. Y aunque quizás con mayor facilidad podríamos nombrar causas para estar preocupados ante la realidad del mundo o nuestra personal, la fe nos invita a la alegría: “Alégrate Jerusalén”. Acojamos la invitación a encontrarnos con Jesús en medio de nuestras noches, a acoger el amor que Dios nos tiene, a experimentar su salvación que llega más allá de lo que somos capaces de percibir, y a caminar en su luz y su verdad. Hoy es un día excelente para conectar con los manantiales más profundos de nuestra alegría y felicidad y descansar en Dios que es SALVACIÓN, LUZ Y AMOR.