José con corazón de padre: una misión encomendada

La vida de José transcurría en Nazaret, una pequeña aldea judía, donde todos eran bien conocidos por la misma comunidad  en medio de la realización de las diferentes  tareas laborales, artesanales, agrícolas, religiosas y de compromisos sociales.  José, al igual que todos los jóvenes de su tiempo, ha vivido un proceso de formación,  crecimiento y madurez que lo han orientado en la búsqueda de la realización de su proyecto de vida, hacia la plenitud del amor, según la ley y tradiciones propias de su cultura judía.

Dios, en sus inescrutables designios, elige a José desde siempre para una misión grande, ser el esposo de María y el padre de Jesús durante su vida terrena. Por tanto, entra a participar en el servicio de la economía de la salvación, dotado con las facultades y las gracias especiales para cumplir su misión.

En este tiempo, el Espíritu acontece a nuestro favor como Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia. ¿Cuánta fuente de inspiración y referencia se puede tener desde este gran santo, para la vivencia de nuestra espiritualidad y carisma?  Es por ello que retomamos algunos aspectos de su vida como iluminación a nuestros desafíos.  

1. Defensor y custodio de la vida

Situación crucial que pone a prueba a José. Se había comprometido con María, una joven casta y de profunda fe. Pero un día se enteró de que estaba embarazada. Para protegerla de un vergonzoso escándalo, planeó repudiarla en secreto.  Sin embargo, tras el anuncio en sueños, el ángel le pide que “no tenga miedo de llevar a María como esposa a su casa” (Mt 1:18-21). Con valentía de  hombre, acepta su misión, confía en Dios y toma el desafiante camino de la fe, acoge y abraza a María como esposa y en ella al Hijo que tiene en sus entrañas.

En otro momento, el ángel del Señor le revela a José los peligros que amenazan a Jesús y María, obligándolos a huir a Egipto y luego a instalarse en Nazaret. Con discreción, con humildad, con ternura, con una entrega fecunda y en fidelidad, vive el misterio de este acontecer; en silencio sufre la exclusión, la persecución, la emigración a tierra extranjera, aunque no lo comprende, siempre en sintonía con su Dios y, en actitud de escucha orante, va dando respuesta pronta y asertiva  a las diferentes circunstancias dadas desde el desposorio hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años.   

Por lo tanto, José es un referente para vivir nuestro compromiso.

Defender con actitud profética  la vida en todas sus manifestaciones. Ser portadoras de paz y esperanza ante el sufrimiento provocado en las diferentes manifestaciones, situaciones de exclusión y negación de la dignidad humana.

(Cf. Documento final XXII Capítulo general –  1.3. Acciones renovadoras)

 2. En su rol de padre que salvaguarda su identidad en unidad con el ser y el acontecer

Hablar de la vida de José en  Nazaret es hablar de una vida normal, aceptar una historia, una cultura, una familia, unas relaciones; es descubrir que la fidelidad a lo cotidiano es la fidelidad a Dios, es vivir en el anonimato común de la mayoría de las personas de su pueblo, es buscar lo que Dios quiere, hacer proyectos y renunciar a ellos, buscando siempre el proyecto de Dios; es aprender a leer los signos del Reino en el mundo.

Reconocemos en José un hombre religioso, de oración, fiel cumplidor de los preceptos de Dios, quien inicia a su hijo Jesús en la piedad y en las tradiciones religiosas de su pueblo. José, protector de una  familia, descubre por su fortaleza espiritual, grandeza de corazón y capacidad intuitiva,  que en  cada uno de los tres, en esa familia de Nazaret, está el gran secreto de Dios, el misterio del Padre eterno en sus vidas. José, hombre de silencio fecundo, entra en la dinámica de la contemplación y asume con paciencia, asombro y respeto los planes providentes que vienen de lo alto y se hace instrumento dócil al querer de Dios.

Este aspecto humano divino que se percibe en José, es una prioridad  en nuestro ser  de Terciarias Capuchinas, conscientes de que la fidelidad a lo cotidiano es la fidelidad a Dios, que quiere que seamos presencia de Reino. Estamos llamadas a contemplar a Dios abiertas a la novedad de cada día para descubrir, “a través de la fe, su presencia en las personas, en los acontecimientos y en la creación entera” (cf.  Const. 42).

3. Protector de la familia

A José se le ha encomendado el cuidado de la Sagrada Familia y la vivencia del plan de Dios en ella, para llevarla adelante. En su vida familiar se desempeña como un esposo, un  padre, amable, tierno, obediente; propicia la comunión familiar, en el amor, en la ayuda mutua, en una vida de aprendizajes, de sorpresas y preocupaciones familiares como cualquier familia de su tiempo, no solo al interior sino de proyección a sus coterráneos. “Una vez que cumplieron todo lo que ordenaba la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía, se desarrollaba y se hacía cada día más sabio; y la gracia de Dios estaba con él” (Lc 2,39-40).

Del mismo modo, nosotras hemos recibido a través de nuestro nombre el legado de la labor apostólica con la familia y lo  tenemos como prioridad  (Cf. Const. 61).

Conocer y acompañar las diferentes situaciones y realidades de la familia en el entorno de nuestra misión.

San José nos enseñe y acompañe en la respuesta ante las diferentes exigencias propias de la misión encomendada por el Padre Luis Amigó y mucho más ahora, cuando la vida nos confronta frente a la vulnerabilidad y desequilibrio de la sociedad donde estamos inmersas.           

HNA. MARÍA ELENA LOPERA SIERRA, tc

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