Inés Arango: entregar la vida por el evangelio

Cuando hablamos de la Hna. Inés Arango, de manera espontánea nos sale hablar también del obispo Alejandro Labaka y la razón es que sus vidas se han unido en nuestra memoria y en nuestro corazón para siempre, desde que las entregaron por amor a sus hermanos aquel 21 de julio de 1987. 

De no ser así, Inés, como cualquiera de nosotras, sus hermanas, en la misión de Aguarico o en cualquiera de los 34 países en los que vivimos, habría pasado desapercibida en las tareas más cotidianas y sencillas. Habría quedado en todo caso, en el corazón de las gentes, la huella y el testimonio de su vida como mujer de fe, alegre, entregada a Jesucristo en su fraternidad y para los que más necesitaban.  Luchadora, deseosa y empeñada por vivir en coherencia aquello que creía… y poco más.

Alguien me preguntó una vez ¿qué es lo mejor que se puede decir de Inés? Respondí sin dudar: que entregó la vida.  La entrega de la vida que no es cuestión de un momento puntual, si bien es verdad que a veces llega, como le llegó a Inés… “el momento crítico de dar la vida”. Pero entregar la vida es más bien un “largo momento”, un largo camino que dura toda la existencia, hasta darla por completo sin reservas.

Por eso, cuando nos acercamos a la vida de Inés, es bueno recordar lo que ha sido para ella raíz, sustento, fuente, alimento, soporte, apoyo… todo aquello que está “por detrás” de su persona, aquello que la construye.

Inés nació en “la ciudad de la eterna primavera”, en Medellín (Colombia), en el año 1937. Tuvo la enorme fortuna de nacer en el seno de una familia creyente, de profunda religiosidad. De sus padres y hermanos aprendió, como por ósmosis, el valor de creer, de orar, de servir al prójimo…  Una fe, vivida con libertad en lo cotidiano, en lo más simple y sencillo, que supo ir haciendo propia a lo largo de su vida. De ellos también, heredó una vitalidad, una energía, un genio y un sentido de las cosas poco comunes, que le permitieron afrontar los momentos difíciles de su existencia con suma libertad.

Entre travesuras y rebeldías adolescentes, Inés iba creciendo en la fe. Todos sabemos que es necesario que la semilla de la fe se siembre, y que germine, y que dé fruto… y si puede ser, fruto abundante. Por eso, es importante que se nos anuncie la Palabra… con la palabra, con el testimonio de vida… y además: escuchar, no acallando en nosotros las inquietudes, los anhelos, los deseos. Algo de esto, ocurrió en Inés.

Acercarnos también a su vida para constatar aquello que le ha resonado “por dentro”, lo que ha sido el motor de su existencia, la razón última que le ha movido a vivir en entrega total, a actuar arriesgadamente, aquello que le ha sostenido, animado, impulsado a lo largo del camino. La inquietud misionera vivida en su familia, en la Parroquia, en la escuela… fue siembra abundante en la persona de Inés, como semilla que encontró tierra adecuada, tierra buena. Y es que, Inés, desde muy joven, no acalló las inquietudes. Avivó siempre el deseo y supo nutrirlo, alimentarlo, entre dificultades y sufrimientos.

Y, ¡cómo no! dejaron también su huella en Inés, las terciarias capuchinas, que en la vivencia cotidiana del internado, en Yarumal, con el grupo de muchachas, transparentaban su modo de ser franciscanas, por añadidura capuchinas y, con el “carisma”, con ese “toque especial” que les legó su fundador, Luis Amigó. Ese “toque especial” no era otro que la entrega incondicional a los últimos, a aquellos a quienes no va nadie… viviendo en la sencillez y alegría de la caridad fraterna… nutrida en la Palabra de Dios y en la Eucaristía. Entrega incondicional, por amor a Jesucristo encarnado, hecho uno de nosotros, nacido de María; por amor a Jesucristo Buen Pastor, que busca a quien se ha perdido; por amor a Jesucristo que ha dado la vida por nosotros, muriendo en la cruz y resucitando. Todo esto, con el estilo de la Sagrada Familia, viviendo en fraternidad, disponibles, dispuestas y entregadas. Las Terciarias Capuchinas, que llegaron de España a Colombia para ser misioneras… ¡Sabemos cuántas veces Inés repitió esto! Siendo ya terciaria capuchina, lo reivindicó entre nosotras, en su propia Congregación.

Nos podemos imaginar a Inés en este ambiente. Sin duda, momentos decisivos de siembra misionera en su corazón soñador. Los sueños de Inés se convertirán, poco a poco, en deseos. Los deseos, ¡al fin!, en realidades.

Adentrarnos de nuevo en la vida de Inés para ver cómo ella, escuchando esa música profunda que la llenaba cada día de vigor evangelizador, pudo descubrir lo que está “por delante”. Cómo descubrió que la vida sólo tiene sentido si se entrega, y, además, con el Evangelio en la mano, con el susurro de nuestro Carisma.

Las hermanas terciarias capuchinas, por deseo expreso de nuestro Fundador, recibimos este encargo: “ser zagales del Buen Pastor, buscando a la oveja perdida”. En lenguaje de hoy, se trata de vivir a favor de los últimos, de los desheredados de la tierra. Es una llamada a ser mujeres arriesgadas, hasta entregar la vida si fuese necesario.

Inés vivió esto cabalmente. Aprendió a recibir como un DON esta vivencia carismática, que la marcaría para siempre; y también como una TAREA, como un trabajo a realizar y que nadie podía hacer por ella. Inés es una mujer muy receptiva y luchadora, soñadora y crítica, feliz y cantarina. La «música» que Inés va escuchando en su interior, unida a todo lo que va aconteciendo a sus hermanos los Huaorani, va inclinando su corazón, cada vez más, a los últimos.

En estos días del mes de julio, próximo a cumplirse el día 21, el 34º aniversario de su vida entregada junto al obispo capuchino Alejandro Labaka, quedamos invitadas a participar de los eventos que cada año, en memoria de Alejandro e Inés se organizan en el Vicariato de Aguarico, especialmente a la 15ª Caminata, este año virtual y también física. Podemos encontrarlo en su web: www.alejandroeines.org.

Celebremos también la entrega de nuestra hermana Inés volviendo a leer su biografía (Barro y vasija en la selva herida) de la que ahora disponemos en esta página web congregacional en formato PDF. Divulguemos su vida entre los jóvenes. Veamos en ella la vivencia cumplida de nuestra entrega misionera a los más desfavorecidos. Pongámosla como intercesora, pidiendo su beatificación.

Que Inés y Alejandro, discípulos y misioneros entregados en el corazón de la selva ecuatoriana, sean para nosotros bocanada de aire fresco, susurro de Evangelio, rumor fraterno, fuego evangelizador…

Hna. Isabel Valdizán Valledor, Tc

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