Francesco: «ni siquiera una lágrima, ni siquiera un gemido se pierde en el plan de salvación de Dios”

En la Audiencia general del Miércoles Santo, el Papa Francisco, dio una breve explicación del sentido de las celebraciones del Triduo pascual, resaltando que quien participa en ellas renueva el misterio de la Pascua, e hizo una sentida reflexión sobre el acontecimiento histórico y la realidad que vivimos hoy en el mundo.

Después de presentar brevemente algunos aspectos fundamentales de cada celebración, subrayando en ellas la intervención redentora del Señor en la entrega de su Cuerpo y de su Sangre conmemorada el Jueves Santo; en su profunda experiencia de dolor, representada el Viernes Santo, en la cual se refleja todo sufrimiento humano; y el silencio cargado de esperanza del Sábado Santo, el Papa Francisco lanzó su mensaje afirmando que “en las tinieblas del Sábado Santo irrumpirán la alegría y la luz de la Vigilia pascual y el canto festivo del Aleluya”, nos encontraremos “en la fe con Cristo resucitado que disipa todas las preguntas, las incertidumbres, las vacilaciones y los miedos y… nos da la certeza de que el bien triunfa siempre sobre el mal, que la vida vence siempre a la muerte y nuestro final no es bajar cada vez más abajo, de tristeza en tristeza, sino subir a lo alto”.

Y como últimas palabras de su discurso, el Papa dijo que “ni siquiera una lágrima, ni siquiera un lamento se pierden en el plan de salvación de Dios”.

La Pascua evoca y hace presente en el mundo el triunfo de la Vida sobre la muerte y de la Luz sobre las tinieblas y renueva la esperanza que puede apagarse en el corazón del hombre, sobre todo cuando experimenta su propia fragilidad. En esta fiesta no podemos dejar a un lado el drama que vivimos pero sí que podemos abrir el corazón al Resucitado que viene a encontrarnos por los caminos de la Galilea que recorremos en la cotidianidad de nuestra vida y nos dice: “¡Paz a vosotros… Soy yo, no temáis…! (cf. Mt 28,9-10; Jn 20,19) y, haciéndose peregrino camina a nuestro lado, reavivando con su palabra las brasas que arden en nuestro corazón (cf. Lc 24,13-33).

Cristo ha resucitado y es el Resucitado: afiancemos nuestra fe y corramos a anunciarla a nuestros hermanos allá donde nos encontramos.

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