Experiencia de vida y servicio en la Pastoral Juvenil Vocacional

Con la alegría que caracteriza este tiempo pascual, celebraremos el próximo 25 de abril la LVIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Esta iniciativa de la Iglesia se prolonga en nuestras fraternidades durante todo el año pero este día, la comunión eclesial nos hermana, recordando por medio de esta invitación y mensaje del Papa Francisco que todas tenemos la responsabilidad de anunciar, cuidar, llamar y colaborar en la tarea de la Pastoral Juvenil Vocacional.

Mi nombre es Sandra Milena Velásquez Bedoya; con especial cariño me permito compartir mi experiencia como acompañante y promotora vocacional durante 8 años. Conmemoro  este día con la certeza de que todo cristiano es ya una carta de Dios para el mundo; lo vivo consciente de que todas las facultades y habilidades han de ser prestadas a Cristo de tal manera que se pueda exclamar “¡Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí!” (cf. Gal 2, 20 ), razón por la que estoy profundamente agradecida con todo lo que este servicio le ha aportado a mi opción como Religiosa Terciaria Capuchina.

La Pastoral Juvenil Vocacional, ha sido  una escuela de vida, me ha regalado la posibilidad de crecer en humanidad y de profundizar en la razón de mi llamada. Si alguien me preguntara, ¿qué me motivó a prestar este servicio?, no sólo diría “que la obediencia me ha enviado por medio de mis superiores mayores a ejercerlo”, sino que añadiría además “que me impulsa el deseo profundo de que muchos jóvenes puedan ser tan felices como yo lo he sido”.

Cuando en fraternidad pedimos al Señor que envíe muchas y buenas vocaciones a la Congregación, siempre me quedo pensando interiormente ¡ya no importa la cantidad!,  estoy segura de que cada persona que llega a nosotras, ya sea para quedarse o simplemente para descubrir su lugar en el mundo de cara Dios, es ya la tarea y el don compartido.

Si me preguntaran ¿qué les agradecería a las jóvenes que he acompañado?, sin lugar a duda diría que “su confianza es el mayor regalo que me han hecho en este servicio y a su vez la mayor responsabilidad que he tenido que custodiar con lealtad y respeto”; valoro la historia que con profunda fe y generosidad ponen entre mis manos y esto es lo que más he amado de este servicio; lo bueno que viene con cada persona, la novedad y distinción que ella trae con su experiencia de fe tan genuina y singular.

En estas primeras etapas de formación, disfruto profundamente escuchando a los jóvenes hablar de su experiencia de Dios, de su amor de juventud, de ese amor primero al que muchas de nosotras estamos invitadas a retornar. En las jóvenes, al inicio de su camino de discernimiento, hay tanta autenticidad a ese nivel que a menudo lamento que el tiempo vaya volviendo la experiencia tan uniforme y común.

Este es un servicio que no sólo se hace con dinamismo, creatividad o destreza en tecnologías; ni siquiera, estando a la vanguardia de los jóvenes de hoy. Sí que se requiere un poco de todo eso, pero más aún se requiere acierto, comprensión y amor incondicional en el arte de acoger a cada joven sin prejuicios ni etiquetas que bloqueen la posibilidad de un vínculo saludable, afectivo y efectivo que le permita avanzar en su camino de discernimiento con libertad y conciencia.

Un día, evocando mi propio camino de discernimiento vocacional, recordé un consejo de mi papá; antes debo decir que por algún tiempo él se opuso a mí opción vocacional -por ser hija única-, pero cuando conoció nuestro estilo de vida la valoró mucho. Pues bien, en aquella ocasión mi papá me dijo: “Sandra, yo creo que tú deberías hacer videos vocacionales en donde las niñas vean realmente cómo es la vida de ustedes y se los muestren a sus papás, para que no sean como yo que te hice sufrir tanto cuando me dijiste que querías ser religiosa, porque yo tenía una idea muy distinta de ese estilo de vida”.

Ese día comprendí que  la vida religiosa ha estado muy oculta y que necesitaba abrir sus puertas; por tanto, junto a las hermanas del equipo de PJV de mi Provincia, ideamos un programa semanal llamado: “Las Terciarias Capuchinas te abrimos las puertas de nuestras fraternidades”.  Un espacio sencillo, que ha convocado cada tarde del sábado a muchas de nuestras fraternidades, jóvenes y otros destinatarios de nuestra misión evangelizadora, que además  aprovechando estos medios, han expresado su cercanía y cariño a la Congregación.

Como Hermanas Terciarias Capuchinas hemos podido responder a las inquietudes de los jóvenes, darnos a conocer con sencillez y “sin filtros”, recuperar las historias de nuestras obras y nuestras propias historias vocacionales; sobre todo, dedicar tiempo para ellos, como bien nos anima a hacerlo el Papa Francisco en su Exhortación apostólica post-sinodal Christus Vivit (cf. nº 199). Por tanto, siempre que abrimos la puerta de una nueva fraternidad, revivimos el gozo de sabernos hermanas de todos, de puertas abiertas, dispuestas a acoger a quienes llegan de paso o para quedarse; porque sabemos que cada joven que llega a nosotras se queda con algo de nuestro Carisma y lo expande.  Así, nuestro corazón amigoniano se llena de nombres, presencias y recuerdos.

Finalmente, quiero agradecer este espacio tan nuestro, para compartir mi experiencia personal y  agradecer también el cariño con el que me han apoyado en la misión confiada. El Señor sigue llamando, sigue cautivando más corazones jóvenes y con ellas llega una extraordinaria novedad como promesa para nuestra Congregación; por eso, entreguemos con esperanza y confianza la señal de relevo, para que ellas continúen la carrera por los caminos ya andados por nosotras. Con seguridad, en esos caminos,  hay imborrables huellas de tantas hermanas que han pasado haciendo el bien; personalmente diré, que encontrar en el camino las huellas recorridas, da mucha confianza y también exige mucha responsabilidad.

Sintámonos  bendecidas con todas las jóvenes que llegan a nuestra Congregación, atraídas por el Señor, por su proyecto y por nuestro modo particular de vivirlo en la Iglesia.

HNA. SANDRA MILENA VELÁSQUEZ BEDOYA, TC5

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