Escuela amigoniana: “Ve más allá”

La escuela de Amigó, hunde sus raíces en el Evangelio de Jesús, Buena Noticia, que vino preferencialmente para los últimos de la fila, excluidos, puestos a la vera del camino, o como Jesús mismo lo expresa: “Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo…” (cf. Mt 25, 31-46).

Sería atrevido afirmar la originalidad de una propuesta que comienza a construirse a finales del siglo XIX, sin tener en cuenta lo ocurrido en 19 siglos anteriores, y que fue haciéndose en diferentes personas, corrientes y acontecimientos de la historia; una Escuela que nace entre personas consagradas, necesario es admitirlo, cuyo bagaje es la espiritualidad cristiana, porque de ella nace, y concebida en la disciplina de la ascética que regula, da forma, corrige y morigera, para hacer camino hacia la perfección de la mística, como el sueño de la felicidad como el querer de Dios para hombres y mujeres, en especial, para los pequeños del mundo, concebidos en nuestra época como vulnerados, excluidos, víctimas, a quienes les han quitado sus derechos y hasta su voz.

El sueño de la Escuela Amigoniana, toma forma en la vida de un hombre privilegiado de la historia, quien después de vivir en el seno de su familia el dolor materno, unido a las angustias económicas del padre, en la dimensión humano cristiana que bebió en su primer hogar, y luego en la Escuela Franciscana de los frailes Capuchinos, supo levantar vuelo para escuchar a Dios en su proyecto vital y en el proyecto que, concebido en su corazón, involucraba hombres y mujeres consagrados, quienes realizarían la propuesta evangélica, contenida en el mandato testamentario amigoniano: “…Vosotros, mis amados hijos e hijas, a quienes Él ha constituido zagales de su rebaño, sois los que habéis de ir en pos de la oveja descarriada, hasta devolverla al aprisco del Buen Pastor…” (OCLA 1831).

Cuando Luis Amigó, movido por el Espíritu, funda sus dos congregaciones de Terciarias y Terciarios, sueño que albergó su corazón infantil (Cfr. Autobiografía 8-9) al vivir en su hogar y en la sociedad, necesidades sentidas (Cfr. Autobiografía 6-7) fue el mismo Señor quien lo condujo, para que, en la misión carismática que a ellas lega, deje entrever los sentimientos compasivos experimentados en su familia: “dedicándose con toda solicitud y desvelo al socorro de las necesidades espirituales y corporales de sus prójimos…” (Cfr. OCLA 2293) y “estar más dispuestos a servirles en los ministerios a que en especial se consagra esta congregación como son: la instrucción de adultos y párvulos en las Ciencias y Artes; el servicio de los enfermos, en especial a domicilio, y el régimen y dirección de las cárceles y presidios” (Cfr. OCLA 2361).

La Escuela Amigoniana podría tener como inicio el año 1885, cuando el Padre Luis Amigó, en plena epidemia del cólera, dice en su Autobiografía: “En tan aflictiva situación, y considerando yo lo mucho que debía agradar al Señor el progreso siempre creciente de la Tercera Orden, aumentada hacía poco con la Fundación de la Congregación de Religiosas Terciarias Capuchinas, ofrecí al Señor, para aplacar su justicia y que cesase la epidemia del cólera, redoblar mis esfuerzos y trabajos para dilatar más y más la Venerable Orden Tercera de Penitencia; y al momento, pasó por mi mente, y se me fijó la idea (no sé sí por inspiración divina) de completar la obra con la fundación de una Congregación de Religiosos Terciarios Capuchinos, que se dedicasen a los penados y al cuidado y moralización de los presos” (Cfr. OCLA 83).

“Recién fundada la Congregación de Terciarios, el Obispo de Madrid, pide al Padre Fundador para que sus religiosos se encarguen de la dirección de la Escuela de Reforma Santa Rita, en Madrid, España, de la que tomaron posesión, al final de octubre de 1890… esta casa, ha sido siempre la más importante fundación de la Congregación” (Cfr. OCLA 133).

Santa Rita, escuela para díscolos de la época, unos religiosos inexpertos pero con el corazón lleno de sueños morigerados por la disciplina conventual, son lugar privilegiado para el nacimiento de la Escuela Amigoniana, con un proyecto educativo y pedagógico en donde los nombres de los grupos y las actividades realizadas con los chicos, sintieron la mano y el sueño del amado Fundador y sus primeros religiosos, entre ellos, mérito especial al Beato Domingo María de Alboraya, mártir de la Guerra Civil española de 1936.

La Escuela del aprendizaje-error, tuvo cabida en la capacidad de entrega de los religiosos, adobada con su inexperiencia pedagógica, mezcla del abandono en las manos de Dios y del ejercicio de la férrea disciplina exigida para convertirse en hombres nuevos, como respuesta al llamado del Dios que palpitaba en ellos. Lentamente, con la seguridad de la confianza en Dios, el ejercicio educativo de buena voluntad, la superación personal, la credibilidad en el ser y actuar, que es de Dios, fue naciendo una metodología inicial – un camino – el de la Escuela Amigoniana, construido en las bases iniciales de la ascética y la mística cristiana que hoy, como lo describe la experta pluma del P. Juan Antonio Vives, podría definirse como el sentimiento pedagógico, que confiere un sello de identidad a la acción amigoniana y que gira en torno a estos valores esenciales:

  • “Creer ciegamente en la bondad natural de toda persona, y en consecuencia, esperar contra toda esperanza.
  • El horizonte de la realización personal es la felicidad ligada a la libertad.
  • Conocer a la persona vía el corazón y educar desde la afectuosa cercanía y la cordial dedicación.
  • Querer a cada persona en su individualidad, extremando esta compasión con los desfavorecidos, según la misericordia evangélica.
  • Crear en los grupos educativos ambiente de familia, donde el educador desempeña el rol de padre/madre y hermano mayor.
  • Ser fuerte para mantenerse fiel en la determinación de ser educador.
  • Ser vitalmente consecuente con lo que se transmite, adquiriendo así credibilidad” (Cfr. Historia de la Pedagogía Amigoniana, Juan Antonio Vives, pág. XXXIII).

Fray Marino Martínez Pérez, TC

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