A dos meses de iniciado el Año “Familia Alegría del Amor”, aceptado con ilusión en muchos rincones del mundo, volvemos nuestra mirada a nuestras experiencias de vida familiar. Descubrimos que hemos vivido momentos muy alegres que nos han hecho disfrutar el trabajo, los descansos, los encuentros…, hasta hemos aprendido a ser alegres en medio de las dificultades. Unos a otros nos pasamos esa alegría, esa apertura del corazón que es fuente de felicidad porque “hay más alegría en dar que en recibir” (Hechos 20,35) y es precisamente lo que el Año de la Familia pretende, que crezcamos en la alegría de amar y seamos misioneros de la alegría. Que al finalizar este Año dedicado a la familia, comprobemos que hemos crecido en la alegría que da el verdadero amor.
Reconocemos también que en algunos momentos, la tristeza nos ha invadido y hasta hemos contagiado el ambiente de negativismo, de falta de entereza y hasta casi hemos hecho rupturas familiares. El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectiva, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada (EG 226).
Entremos hoy a pie descalzo a nuestra realidad, porque es tierra sagrada (Ex 3,5), siempre con la mirada puesta en Dios que es alegre. Este Dios alegre habita en nosotros.
Dios alegra nuestro corazón: “Tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo” (Salmo 4,7). La alegría nace en el corazón de Dios. Él no es triste ni melancólico. Por tanto, los que amamos a Dios tenemos el mismo sentir y nos regocijamos con Él, “pero alégrense todos los que en Ti confían; “den voces de júbilo para siempre, porque Tú los defiendes,” “en Ti se regocijen los que aman tu nombre” (Salmo 5,11).
Y Dios se alegra en su Creación. La creación de Dios refleja la alegría del Creador: “Destilan sobre los pastizales del desierto, y los collados se ciñen de alegría” (Salmo 65:12). La Palabra de Dios nos invita a unirnos a ella y alegrarnos con ella, a cantar alegres levantando la voz y aplaudiendo: “Cantad alegres al Señor, toda la tierra” (Salmo 95:1).
Como parte de esa creación, también nos alegramos: “En el Señor se gloriará mi alma; lo oirán los mansos, y se alegrarán” (Salmo 34:2); cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación” (Salmo 95:1). Con Jesús siempre nace y renace la alegría, somos liberados del pecado, la tristeza, el vacío interior y del aislamiento (cf. EG 1). San Pablo VI nos decía: “Nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor” (Exhort. apost. Gaudete in Domino 22).
El gran riesgo de nuestro tiempo, con su abrumadora oferta de consumo, es la tristeza individualista que brota de un corazón cómodo, donde no hay espacio para los demás, no se escucha a Dios, no se disfruta “la dulce alegría de su amor” (cf. EG 2).
“Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra” (Salmo 100:1). Se trata de un asunto personal y familiar.
En nuestra casa común que es la naturaleza, herida y maltratada, vive la familia humana o familia de la humanidad, un nivel más amplio de familia que también experimenta por dentro heridas que la desgarran y desunen. Por eso, «el desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral» (LS 13).
Las mejores prácticas ecológicas requieren la cooperación de todos y cada uno de los miembros de la familia. El consumismo desmedido que nos afecta hoy, es causa importante de una contaminación de primer orden de la cual todos nos quejamos, sin meditar que cada uno de nosotros, se contamina individualmente, sin medir las consecuencias familiares, grupales y sociales que como entes o individuos aportamos.
Cada año la ONU nos invita en el Día internacional de la familia, el 15 de mayo, a profundizar uno de los objetivos del desarrollo sostenible. Este año 2021 el tema es el objetivo nº. 13: “Acción por el clima, pone de foco a las familias y las políticas familiares para adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos”.
Nos invita la ONU a prestar atención, entre otras, a las siguientes metas:
- Mejorar la educación, sensibilización y la capacidad humana e institucional para mitigar los efectos de este cambio climático.
- Fortalecer la resiliencia y la capacidad de adaptación a los riesgos relacionados con el clima y los desastres naturales en los distintos países.Algunas tareas podrían ser: Consumir lo necesario, disfrutar el aire libre y nuestros espacios libres, nuestras plantas ornamentales, muchas o pocas. Mantener limpios y acogedores nuestros espacios en casa. Merecemos lugares limpios y donde nos encante estar. Utilizar lo necesario, a lo mejor poseemos cosas que otro sí las necesite.
En fin, lo que tenemos mantengámoslo de tal manera que nos sea útil y nos deleite; a la vez, haga sentir bien a otros. ¿Te apuntas? YO ME APUNTO, TE INVITO.
Nos queda de tarea concretar acciones para emprender como familia este reto, contagiando a nuestros vecinos a hacer lo mismo, así construiremos familias alegres en el amor cotidiano, disfrutando el espacio donde vivimos. Los vecinos también se sentirán bien; el Papa Francisco nos invita a ser buenos vecinos “el espíritu del vecindario, donde cada uno siente espontáneamente el deber de acompañar y ayudar al vecino (…) se viven las relaciones de cercanía con notas de gratuidad, solidaridad y reciprocidad, a partir del sentido de un “nosotros” barrial (FT nº. 152).
Para concluir, este mismo mes de mayo celebramos Pentecostés. Necesitamos el calor, el fuego del Espíritu para la transformación de las familias. Él trabaja en nosotros para llevar adelante nuestras tareas. Así lo han experimentado muchos orantes. En ellos late una vida diferente, su mirada ve más allá y esto también en nosotros se puede dar.
La primera tarea de los cristianos es mantener vivo el fuego que Jesús ha traído a la tierra, el AMOR. Sin el fuego del Espíritu, la tristeza suplanta a la ALEGRÍA, la costumbre sustituye al amor. El servicio se transforma en esclavitud. El Espíritu Santo nos hace experimentar la ALEGRÍA conmovedora de ser amados por Dios (Catequesis Papa Francisco, 17-3-2021). Y quien se siente amado, ama y ama con alegría.
HNA. BERTA MARÍA PORRAS FALLAS, TC