«¡Cuán viva es la fuerza de esta luz, y qué vehemente su claridad! Mas esta luz permanecía cerrada en el secreto de la clausura, e irradiaba fuera destellos luminosos; se recluía en el estrecho cenobio, y se difundía por todo el mundo. Se recogía dentro y se extendía fuera. Porque Clara, moraba oculta, mas su conducta era notoria. Clara callaba mas su fama era un clamor…” (cf. Bula de canonización. FF, 3284).
Al acercarse la fiesta de santa Clara de Asís (1194-1253) el 11 de agosto, he estado reflexionando sobre la importancia de su espiritualidad en la actualidad.
Clara de Asís es una de las grandes mujeres de la tradición cristiana y franciscana. En el contexto del mundo medieval del siglo XIII, Clara vivió y luchó con muchos de los problemas que están presentes también en nuestros días. En la vida, espiritualidad y obra de Clara de Asís todavía podemos encontrar respuesta a muchas de las preguntas y desafíos del mundo de hoy.
En nuestra realidad actual llena de tanto miedo, incertidumbre, violencia, enfermedad y muerte, causados por la pandemia, distinciones egoístas y hostilidad entre ricos y pobres, conflictos políticos, guerra y crisis medioambiental, Clara tiene mucho que enseñarnos sobre cómo vivir juntos en nuestro planeta tierra como hermanas y hermanos, todos hijos del único Dios. Como primera mujer franciscana, abrió caminos dándonos un ejemplo brillante de respuesta femenina a los desafío y valores del Evangelio. Al poner todos los dones que la distinguieron al servicio de los demás, modeló una postura de liderazgo complementario. Mientras san Francisco movía el mundo con su extrovertido liderazgo carismático, santa Clara edificó silenciosamente “estructuras más fuertes” detrás de los muros del claustro.
“El Domingo de Ramos de 1212, Clara dio un paso audaz en su camino espiritual. Renunció a su posición privilegiada dentro de la nobleza y recibió el atuendo de los seguidores de Francisco. Eventualmente se instaló en san Damián, en una pequeña iglesia reparada por Francisco, justo debajo de la ciudad de Asís. Bajo la guía de Dios, Clara creó un nuevo camino para las mujeres, abrazando la pobreza, la humildad y la caridad como compañeras de camino”.
La vida de absoluta pobreza de Clara rompe con todos los atractivos de nuestra cultura consumista. Ella conoció al Único en Quien creía y ese Único fue su total suficiencia. “El único deseo de Clara era anclarse como una rama de la Divina vid; ser el Espejo de la Eternidad en la forma en que vivió su vida con sus hermanas y en la profundidad de su oración y contemplación del Cristo Crucificado y del Señor Resucitado. De esta manera, se dejó transformar en la imagen – el espejo – de la Divinidad misma”.
Clara nos enseña también cómo se construye una verdadera comunidad basada en la obediencia de amor. Su ejemplo de un liderazgo de servicio fue notablemente evidente. En el Testamento que escribió, se destaca la gracia de la fraternidad. Ella dijo: “Hay que prestar una cuidadosa atención al modelo de las relaciones”. Y esto precisamente porque ella imaginó una vida enclaustrada en la que la dinámica de las relaciones humanas es de máxima importancia. Creamos relaciones haciendo cosas juntas. “Nuestras relaciones con otras hermanas deben ser de apoyo”. Para Clara, la “hermana en el cargo” (no usó el término “abadesa”) debe ser una buena oyente, viendo en cada persona alguien a quien Jesús ha mirado y llamado. Ella deseaba que sus hermanas estuvieran nutridas, espiritual, emocional y físicamente. Porque esta es la naturaleza de la maternidad, dar vida.
“La imagen del espejo era una de las imágenes favoritas en los escritos de Clara. El espejo es una visión y un símbolo. Hablaba de la profundidad de la realidad de Cristo reflejada en la persona humana. En su carta a Inés de Praga le aconseja que se mire en ese espejo que significa Cristo y contemple en él la pobreza, la humildad y, fundamentalmente, el amor sacrificado de nuestro Señor. Este espejo no solo está ahí para reflejar el amor redentor de nuestro Señor sino, que para ella, en la comunidad no hay lugar para ninguna distinción de clases o cualquier otra forma de discriminación: se aceptaba a todas las que se sentían llamadas a su forma de vida. Porque, según ella, la aceptación de los demás es la primera pobreza. Exhortó a sus hermanas a que mostraran con sus obras el amor que se tenían unas a otras para que las hermanas pudieran amar a Dios y a las demás con mayor intensidad”.
Hoy, enfrentamos consecuencias terribles debido a nuestra falta de reverencia por la creación. La crisis ambiental es el resultado de una falta de aprecio por las cosas buenas que nuestro Dios nos ha dado para nuestro beneficio. La existencia misma de la vida de nuestro planeta necesita una nueva visión. Nosotros, los seres humanos, a menudo no nos damos cuenta de nuestra interconexión con nuestra madre tierra. Perdemos de vista nuestra gran responsabilidad de cuidar nuestra casa común. Clara vio el reflejo de un Creador amoroso de todas estas maravillas creadas. En palabras de la propia Clara: “Que Dios sea alabado siempre y en todas las cosas”
Clara fue una mujer de oración, fortaleza y coraje, de sabiduría e intuición. Nos enseña la primacía de Dios y la gran importancia de la oración. Su luz se proyecta fuera porque su vida interior estaba profundamente anclada en Dios, su Padre amoroso. Como decía san Juan Pablo II: “Toda su persona fue Eucaristía porque desde su claustro elevaba una continua ‘acción de gracias’ a Dios…”
La espiritualidad apasionada de Clara continúa inspirándonos hoy a nosotras: «Nos convertimos en lo que amamos, y Aquel a quien amamos da forma a aquello en lo que nos convertimos».
“Mírate en ese espejo todos los días… y siempre estudia tu rostro allí” (Clara, cuarta carta a la Beata Inés de Praga, 1245).
Clara sentía una profunda gratitud por la inmensa bondad de Dios, se consideraba privilegiada por haber sido llamada a tal vida. Profunda gratitud que la hizo exclamar como sus últimas palabras: “Bendito seas, oh Dios, por haberme creado”. El mismo Francisco la llamó ‘Cristiana’, la mujer cristiana. En verdad, fue fiel a su nombre de bautismo, Clara -que significa luz, clara e ilustre luz-. Una verdadera cristiana que dio un fuerte testimonio de la Luz de Cristo incluso desde su claustro. Su luz brillante que emana del mismo Cristo inspira y continúa derramando rayos de paz y esperanza en todos los rincones del mundo.
Hna. Mapin M. Pineda, Tc