La esperanza de la paz: diálogo, reconciliación y conversión ecológica en la espiritualidad franciscana.

¡Qué grande es ser pequeño!

Esta exclamación, podría ser perfectamente una frase de san Francisco de Asís y de sus hermanos y hermanas de todos los tiempos. También tú y yo podemos hacerla propia. La pequeñez es un modo de estar en la vida y ante Dios, al que necesitamos volver también hoy, con urgencia. La espiritualidad franciscana nos ofrece un camino de esperanza, en medio de nuestra realidad repleta de conflictos y la crisis medioambiental que atravesamos.

Todo está conectado. Todo nos afecta

Nuestro mundo está soportando demasiado. Basta abrir los ojos y mirar a nuestro alrededor: hay más de cincuenta conflictos armados, abiertos en este momento. En todas partes escuchamos sobre el problema medioambiental (de la que tanto ha hablado el Papa Francisco en las últimas encíclicas). Y qué decir de las políticas de nuestros países con tanta injusticia y explotación y las mismas familias atravesando sus propios viacrucis.

Todo esto está afectando a nuestros hogares y a nuestras comunidades religiosas. Decía San Francisco de Asís que nuestro convento es el mundo, que no podemos encerrarnos en las cuatro paredes de nuestras casas porque el mundo necesita escuchar una palabra distinta. ¿De verdad crees que puedes seguir viviendo en una isla, sin que el sufrimiento del otro, de las familias, del planeta, te afecte? Todo está conectado y no te puedes escapar.

La conversión ecológica que necesitamos

La espiritualidad franciscana nos invita a vivir en armonía con la naturaleza y a reconocer la interdependencia de todos los seres vivos. San Francisco de Asís, patrón de la ecología, nos mostró el camino hacia una colaboración respetuosa con el medio ambiente, aunque en su tiempo, el planeta no estaba amenazado, como hoy en día. Su amor por la creación y su conexión profunda con la naturaleza nos inspiran e invitan a replantearnos nuestra relación con el mundo que nos rodea.

La tecnología y el progreso, que tanto buscamos todos, es un bien ambiguo. Por un lado, nos permite vivir con más comodidad a muchos niveles; nos acerca unos a otros, ya que permite estar conectados con cualquier lugar de la tierra, nos ayuda en los ámbitos de la salud, la educación, la comunicación y tantos otros. Pero, por otro lado, es un gran peligro. Para poder seguir “progresando”, necesitamos materias primas y éstos están siendo arrancados a la Madre Tierra de modo abusivo, explotando los pueblos indígenas en muchos casos. Sí, todos, o casi todos, tenemos conexión a internet, pero más que nunca sufrimos la soledad. Podemos disfrutar de ciertas comodidades, pero ¿a qué precio para el planeta?

Es evidente la relación entre el abuso a nuestra Casa Común y la falta de paz en el mundo. Basta ver los conflictos por la explotación que provocan las minas o los monocultivos, o las guerras incitadas sólo porque hay un interés de vender armas, o el grave problema de los deshechos, la basura, que producen los países más desarrollados y que transportan, vendiendo a otros continentes y provocando ahí desastres medioambientales. Y no digamos sobre la situación de tantos países, en los que los gobiernos corruptos roban el dinero dedicado a reciclaje o a mejorar las infraestructuras. Como consecuencia, la basura va inundando nuestros ríos y campos y afectando a los más pobres.

No creas que estas cosas son culpa de los grandes de esta tierra. La responsabilidad es de todos. Hay algo así como pecado ecológico, del que habla el Papa Francisco en el Documento Final del Sínodo de la Amazonia (DF 82): es una acción u omisión contra Dios, contra el prójimo, la comunidad y el medio ambiente; un pecado contra las generaciones futuras, que se manifiesta en actos y hábitos de contaminación o de destrucción de la armonía del medio ambiente. ¡Necesitamos urgentemente una conversión!

El poder de lo pequeño

Ahora nos surge la misma pregunta, que san Francisco de Asís hizo en su momento a Dios: ¿Señor, que quieres que haga? Te invito a reflexionar sobre el estilo de vida que llevas y sus consecuencias para el medio ambiente. Siempre hay un gesto que sí pues hacer: reciclar, reutilizar, reparar las cosas en vez de tirarlas, no malgastar el agua o la electricidad, dar tu apoyo a los que luchan para proteger la tierra y a los pobres, denunciar la injusticia, participar o impartir la formación para ir cambiando la mentalidad y nuestros malos hábitos, orar por la conversión ecológica y la justicia social.

Empieza por tu propio hogar, tu vecindario o tu pueblo: ¿hay un paso de cercanía o reconciliación que puedo dar para que vivamos un poco mejor?

Desde nuestra espiritualidad creemos que lo pequeño tiene un poder transformador para el mundo. Y aún albergamos esperanza.

Hna. Marta Ulinska

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