Lectio Domingo 03 de marzo, 2024

III DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B

Primera lectura – del Éxodo (20,1-17): Dios nuevamente sale con la iniciativa de establecer una RELACIÓN especial con su pueblo, una alianza – es lo que viene a recordarnos esta primera lectura de la liturgia de hoy. Dios de alguna manera se pone a nuestro alcance, se deja coger por el corazón: “Yo soy el Señor tu Dios” y dibuja ante el pueblo una imagen de paz, de justicia y mutuo respeto que conocemos como el Decálogo. Nos puede ayudar mirarlo no tanto como “mandamientos”, como “promesas”: Dios nos dice que si lo acogemos como Señor y Dios entre nosotros no habrá robos, adulterios, mentiras, traiciones. La alianza me exige, pero también me protege. Es una de las expresiones de amor de Dios para con nosotros, su pueblo.

Salmo 18, 8. 9. 10. 11: El salmo es un canto lleno de gratitud por la ley con la que el Señor nos instruye. La experiencia que nos transmite el salmista también la podemos hacer nosotros recordando como es nuestra RELACIÓN con Él: los momentos en los que la Palabra de Dios ha sido para nosotros “descanso”, la “luz” que nos ha dado el Señor en algún momento de duda u oscuridad, la “dulzura” que hemos experimentado en nuestra relación con Dios… Es una invitación a cantar de corazón “Señor, tú tienes palabras de vida eterna”.

Segunda lectura – de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 22-25: San Pablo nos vuelve a recordar que en el horizonte de la Cuaresma que estamos viviendo y de nuestra vida de fe, no está una mayor sabiduría o el haber percibido signos. No. Es Cristo crucificado. La fe es estar en RELACIÓN con “un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios“. Ésta es la llamada que tenemos en común de todos los cristianos.

Evangelio según san Juan 2,13-25:

La perícopa que escuchamos este tercer domingo de Cuaresma es de las más conocidas. Quizás sea porque pocas veces podemos ver a Jesús tan indignado o hasta enfadado como en esta escena. Se nos presenta a Jesús que en compañía de sus discípulos, pocos días antes de la Pascua, llega a Jerusalén y en el templo encuentra “un mercado”. Su reacción nos la sabemos: echa del templo a los animales, esparce las monedas, vuelca las mesas de los cambistas. ¿Por qué? Porque el templo es “la casa de mi Padre” y la RELACIÓN con Dios no se puede comprar.

Contemplar

Jesús con sus discípulos subían a Jerusalén seguramente cantando, como era la costumbre de los peregrinos, uno de los salmos: “¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor. (…) a celebrar el nombre del Señor;»” (Sal 122, 1.4). Pero si intentamos unirnos de corazón al grupo de los discípulos de Jesús que entra junto a su Maestro en el templo, quizás logramos percibir lo extraño que se llegó a sentir Él en el templo. En Jesús Dios se acerca “hasta el extremo” a la humanidad. Gratuitamente. Incluso “a pesar de todo”. Y la humanidad lo que intenta no es “celebrar el nombre del Señor” sino comprarlo. El templo que debía ser signo de la alianza con Dios (¡relación!) se ve convertido “en un mercado”. Nos relata el evangelista que los discípulos al observar a Jesús recuerdan otro salmo muy distinto: «El celo de tu casa me devora» (Sal 69, 10). Si hoy los discípulos de Jesús entrarían con nosotros a nuestro templo, nuestro espacio de encuentro con Dios ¿qué salmo entonarían? ¿Qué cantarían al llegar a nuestros corazones?

Si leemos atentamente el texto nos podemos fijar que lo que se ve directamente afectado por la indignación de Jesús son las ovejas, los bueyes, las monedas, las mesas de los cambistas y quizás los puestos de los vendedores de las palomas. Cosas. No las personas. Para las personas siempre hay sitio en la casa del Padre. Con su gesto Jesús deja claro que en relación con Dios no necesitamos negociar, intercambiar algo por sus favores. Dios desea una RELACIÓN personal con nosotros. Lo que quiere es que “celebremos su nombre” y que le dejemos a Él disfrutar de nosotros. Y que nuestra vida se encienda, se ilumine, se embellezca en relación con Él.

La palabra “templo” aparece varias veces en la perícopa de este domingo. San Juan nos señala la diferencia de entender su significado que hay entre los judíos y Jesús. Los primeros hablan de un edificio construido durante 46 años y que ha reemplazado los anteriores. Jesús habla primero de “la casa de mi Padre” y luego “del templo de su cuerpo”. Los primeros pasaron de considerar el templo como un lugar de encuentro con Dios a convertir la religión en comercio y el templo en un mercado. Y no deja de ser también una tentación nuestra el querer “ganarse los favores de Dios” a fuerza de… Jesús apunta, en este gesto profético que realiza, que ahora no es un edificio, sino Él mismo el lugar de encuentro con el Padre. Y por supuesto que necesitamos espacios concretos (iglesias, capillas, oratorios…) que nos ayuden a orar. Pero justamente su papel es el de facilitarnos el silencio y el encuentro en comunión de hermanos y hermanas, el entrar en el corazón de Jesús y con Él al del Padre en el Espíritu Santo. Ahí nos encontramos todos: en RELACIÓN con Jesús, en su Corazón.

Invitación:

Toda la liturgia de la Palabra de este domingo nos hace una invitación a revisar nuestra RELACIÓN con Dios. Y quizás nos podría hacer bien no tanto pensar nosotros, como preguntarle a Jesús, que es lo que nos diría a nosotros hoy. Quizás también en nuestro corazón hay algún buey (o una moneda pequeña y resplandeciente…) con la que queremos negociar con Dios. Es bueno que nos dejemos recordar por Jesús que su amor es gratuito, misericordioso y llega hasta el extremo, hasta más allá de nuestra miseria. Miremos a Jesús crucificado y aprendamos de Él cómo es Dios (y como es una persona plenamente humana).

Hna. Alicja  Grzywocz , tc

Provincia Nazaret

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