La educación en tiempos de pandemia

Para nadie es un secreto que el COVID19 ha permeado todas las esferas de la vida humana. Esta pandemia nos sorprendió imbuidos en lo que llamábamos “normalidad”, dormidos en nuestras comodidades y afanes personales; nunca imaginamos que algo tan minúsculo, tuviera el suficiente poder para arrebatar en tiempo record miles de vidas humanas en todo el mundo. Ni la condición social, ni la fama, ni el dinero han servido de salvavidas. Una realidad que nos ha hecho ver que no somos tan poderosos como lo creíamos, “nuestra vulnerabilidad quedó al descubierto”, como lo afirma el Papa Francisco.

Esta pandemia también ha desenmascarado las brechas existentes en muchos ámbitos de la sociedad y el campo educativo no ha sido la excepción. Los sistemas educativos del mundo se han visto confrontados y abocados a cambiar sus dinámicas, unos con mayor velocidad y efectividad que otros. Las grandes potencias del mundo lograron en poco tiempo a través de los medios virtuales y digitales dar continuidad a los procesos educativos. Lamentablemente, para los llamados países del tercer mundo, la realidad ha sido muy distinta; a la falta de conectividad en diversos territorios, se suma el hecho de no contar con equipos y dispositivos electrónicos para poder acceder a las clases virtuales y, como dato clave en este momento histórico, un gran número de población docente a la que podría catalogarse como “analfabeta digital”, lo que también ha ocasionado la ralentización de los procesos.

 

Desde toda esta realidad resurgen grandes interrogantes que retan a los actores educativos: ¿Qué enseñar? ¿Para qué enseñar? ¿Cómo evaluar? ¿Qué hacer en una clase virtual o cómo diseñar una guía didáctica de tal forma que se mantenga vivo el interés y la motivación frente al aprendizaje? Son apenas algunos de los muchos cuestionamientos que comportan la realidad del COVID-19 en el sector educativo. Y es que no resulta tan sencillo, pensar la educación en tiempos de pandemia.

En los primeros meses en los que estábamos confinados, expertos en educación se pronunciaron y decían que la escuela no podría ser la misma, cuando se diera la posibilidad de regresar a las aulas de forma presencial, en lo que ahora conocemos como “alternancia”. Y sí, seguramente muchos habrán logrado esta innovación, urgente y necesaria. Pero otros tantos, continúan sumergidos en los rezagos de una educación tradicional que no permea la vida de los estudiantes, ni los capacita para ser agentes transformadores de la sociedad.

Por consiguiente, los roles y el escenario del proceso educativo han cambiado, la exigencia no ha sido solo para los docentes en el uso de los medios tecnológicos o en la necesidad apremiante de lograr una verdadera transformación curricular que le apueste a mejorar la calidad educativa; también los padres de familia y cuidadores se han visto exigidos a reaprender y situarse en la perspectiva de la enseñanza, algo para lo que no estaban capacitados ni habituados en la mayoría de los casos, puesto que muchos no cuentan ni con las herramientas ni con el nivel educativo básico para acompañar el proceso académico de sus hijos. Esto ha generado al interior de los hogares estrés, cansancio e incluso deserción escolar, sobre todo en la población más vulnerable.

Aunque siempre se ha dicho que la responsabilidad del proceso educativo es un compromiso que atañe tanto a las instituciones educativas como a las familias, en teoría hasta antes de la pandemia, solo la primera instancia asumía realmente este compromiso. Hay que reconocer que la tarea de “reinventarnos” ha sido asignada tanto a los estudiantes, como a los padres de familia y los educadores.

Es común escuchar una frase que en su momento fue válida: “no estábamos preparados”, pero ya es hora de dejar atrás esa justificación y armarnos de pasión, dinamismo y creatividad para hacerle frente al ahora histórico que nos apremia. Este desafío supone reconocer el problema estructural de la educación; la disparidad en las oportunidades educativas y tecnológicas es clara y es una realidad que no se puede desconocer, pero no por ello debemos descartar la posibilidad de gestar al interior de las instituciones educativas un proceso humanizador, en el que la prioridad sea formar estudiantes resilientes, capaces de salir de sí mismos, comprendiendo la vida desde un sentido altruista y conscientes de la necesidad de trabajar por una ecología integral. La educación del siglo XXI tiene que ser una educación que propenda, más que enseñar a pensar, enseñar a convivir.

Iniciativas como el Pacto Educativo Global, promovido por el Papa Francisco, buscan precisamente abrir puertas para que, desde la educación, se puedan dar procesos reales de transformación social. El momento es ahora, no perdamos la oportunidad de resignificar desde pequeñas acciones el ambiente educativo.

La pandemia nos ha puesto de cara a este gran desafío y desde nuestro ser y hacer como Terciarias Capuchinas tenemos todas las herramientas para dar una respuesta coherente con el Evangelio y con la tenacidad de nuestro Carisma.

Hna. Yury Tatiana Amaya Mendoza, Tc

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