Como seres humanos descubrimos que no podemos caminar solos, necesitamos de los demás para ir creciendo humana y espiritualmente. Es así como vemos la necesidad de escrutar los caminos del acompañamiento y la formación, haciendo procesos que lleven a madurar la vida cristiana, como nos lo recuerda el Papa Francisco (cf. EG 169).
La tarea del acompañamiento y la formación de los laicos nos puede llevar a la tentación de mirar el panorama con incertidumbre y desesperanza; pero la experiencia de Luis Amigó en esta misión, nos llena de confianza, de esperanza, de entusiasmo.
Y ¿cómo realiza Luis Amigó esta misión? Descubramos sus búsquedas, sus éxitos, sus limitaciones en esta tarea; pero sobre todo, su entusiasmo, perseverancia y confianza en Dios y en los laicos, quienes son responsables de su propio proceso y se comprometen a compartir la riqueza de Jesucristo en sus vidas.
La visión humana y espiritual del Padre Luis parte de un concepto centrado en la dignidad de la persona, capaz de dejarse transformar y de transformar la Iglesia y el mundo que habita. No podemos olvidar que Luis Amigó se formó en su juventud en algunos de los movimientos integrados en la espiritualidad católica seglar y comprometidos con una labor de promoción religiosa y social: la Escuela de Cristo y la Congregación de san Felipe Neri, razón que incide fuertemente en un apostolado de acompañamiento y formación de los laicos, que genere una transformación personal y social. Así lo refiere en sus escritos: “la Tercera Orden es obra del Señor y ocasionó una innovación en la Iglesia y una transformación completa en la sociedad” (OCLA 1016-1017).
Por otra parte, “el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,27), y como tal tiene una dignidad, “el ser hijo de Dios” (OCLA 1323), por lo que hay que trabajar siempre en la formación integral de la persona. Porque, más que una teoría científica, psicológica o educativa, su acompañamiento formativo con los laicos se convierte en un estilo de vida que va marcando un modo particular de ser, estar y evangelizar, preocupándose por encarnar en su persona e inculcar en la vida del cristiano, el compromiso bautismal. Por ello, el Padre Luis insistía con frecuencia en la riqueza, nobleza y dignidad que nos honran y distinguen a los cristianos, hechos hijos de Dios y herederos de su gloria (OCLA 1329).
El apostolado con los laicos está presente siempre en la vida del P. Luis, como capuchino y como obispo, enraizado en la cotidianidad, dejándose iluminar por la pedagogía humana que utiliza Jesús con sus discípulos: el respeto a la dignidad de la persona, la escucha de la realidad, la utilización de un lenguaje conocido, familiarizado, contextualizado, la lectura e interpretación de las Escrituras, la cercanía y el afecto a las personas.
Asume desde los años de su juventud, el acompañamiento como una constante que se encuentra presente en sus múltiples actividades formativas, principalmente en las congregaciones de la Venerable Orden Tercera, las Hijas de María y los Luises (OCLA 50). Su preocupación por la formación de los jóvenes de ambas asociaciones estuvo orientada hacia la vida cristiana (OCLA 2170), con un acompañamiento que surge como un imperativo en el camino de crecimiento personal de los miembros de los grupos y con una sabiduría humana y espiritual encarnada en la realidad de su época, aplicada en la vida cotidiana y sostenida desde un testimonio de vida cristiano veraz y convincente.
El momento culmen en este ámbito aconteció al inicio de su ministerio sacerdotal, con el nombramiento de Comisario de la Venerable Orden Tercera, el 20 de octubre de 1881, con todas las facultades necesarias… (cf. OCLA 60-62). La nota 39 a pie de página de OCLA 61, recoge la opinión del P. Melchor de Benisa respecto al Padre Luis en este ámbito: “Tenía gran acierto y ojo clínico para conocer a los que deseaban entrar en ella, y les recomendaba que no la hiciesen política, sino sumamente seráfica, siendo en las parroquias el brazo derecho del párroco… Su desvelo en la formación de los miembros de la Tercera Orden fue llevarlos a Dios, desde su testimonio de vida; así lo atestiguan los cofrades, quienes “le respetaban como a un hombre santo y seguían sus indicaciones con diligencia y alegría”.
El Padre Luis impulsa una formación que incide en el fervor espiritual de los miembros de aquellos grupos de la V.O.T. que se “propagaban aceleradamente durante los primeros años de la restauración que en 1893, llegaron a ser 17.864 los Terciarios dependientes de la provincia capuchina de Toledo, de la que el Siervo de Dios era Definidor provincial”(cf. OCLA 62, nota 40 a pie de página).
Luis Amigó trabaja incansablemente en el progreso y la extensión de la Tercera Orden a la que asistía una enorme multitud de fieles; la organización de los grupos contribuye fuertemente en su crecimiento, de tal manera que, “llegaron a ser un número considerable de hermanos y hermanas… por lo que se pensó en la necesidad de ir fundando nuevas congregaciones”(OCLA 61). También estimula a los miembros de la Tercera Orden a participar en congresos como espacios formativo así como en otras celebraciones (OCLA 2449).
Durante su ministerio episcopal escribe cartas, circulares y exhortaciones apostólicas donde pide a sus sacerdotes, entre otros, acompañar y formar la vida cristiana de los “fieles laicos” con celo apostólico e infatigable labor evangélica (OCLA 1137). En éstas manifiesta preocupación por la formación de la vida espiritual, trabajando con gran celo e interés por la salvación de las almas y para que Jesucristo sea conocido y amado de todos (OCLA 1142-1143); el trabajo incansable y la restauración de la sociedad que se ha apartado de Jesucristo; para ello pide a los laicos de uno y otro sexo, trabajar a este fin, pues a ellos se les presta mayor atención que a los sacerdotes (OCLA 1147); la colaboración con Jesús Buen Pastor para atraer al redil a las “ovejas descarriadas” conduciéndolas al campo de la Iglesia donde pueden saciarse de la doctrina de Jesucristo (OCLA 1136); la formación de las familias cristianas como un apoyo y sostén de la sociedad, fijando los ojos en el modelo de la Familia de Nazaret (OCLA 1102-1103); la lectura de la realidad desde la fe para discernir las decisiones sobre las dificultades económicas, sociales, morales y espirituales, que vivía la sociedad (OCLA 297; 1054); la promoción y el avance de la ciencia, cuya fuente y origen es Dios, como medio de progreso de los pueblos (OCLA 936); la edificación de la paz y la justicia que emanan de la misericordia de Dios (OCLA 656-657); la construcción de una sociedad más humanitaria donde las gracias y favores recibidos de Dios se deben emplear en beneficio de los semejantes, pues al prójimo lo hemos de considerar como a nosotros mismos porque es nuestro hermano (OCLA 1051). Estas y muchas más inquietudes hicieron de Luis Amigó un hombre comprometido con un acompañamiento y una formación inmersa en la realidad cristiana, social, política, económica y en una transformación de la sociedad que tiene su fundamento en la caridad y en la doctrina de Jesucristo.
Además de todo esto, podríamos decir que Luis Amigó fue un hombre capaz de vislumbrar el importante rol del laico en la Iglesia, en la sociedad y de valorar la necesidad de caminar juntos en sinodalidad, como lo recuerda hoy la misma Iglesia, para construir el Reino de Dios. Así lo refiere en sus escritos: “los fieles laicos, están obligados a trabajar cada cual en la esfera de su acción, en la propagación de la fe y en dar a conocer a los hombres a Jesucristo, subrayando de suma importancia, el apostolado seglar” (OCLA 1147). Constatamos que, su relación con ellos, se ve favorecida por una participación activa y responsable en acontecimientos, celebraciones y actividades organizadas, tanto en el campo espiritual como civil.
Hoy nosotras, Terciarias Capuchinas, nos sentimos urgidas a compartir con los laicos el don del Carisma (Const. 63), un regalo del Espíritu para toda la Iglesia, y para la extensión del Reino; a impulsar desde la novedad del Espíritu Santo y del Padre Luis un acompañamiento formativo como dinámica procesual e integral, utilizando la pedagogía de Cristo Buen Pastor, imagen que nos habla de la experiencia profunda de Jesús al cuidado de cada una de sus ovejas; a buscar caminos que nos abran a una nueva mentalidad, caminar junto a los laicos y a impulsar distintas formas de ser y estar, movidas a compasión desde la misericordia, el desapropio y la inclusión.
HNA. MARÍA ANABELLE CÉSPEDES MORALES, TC
