Celebración de la jornada de la vida consagrada en la Curia general

Desde hace 25 años e instaurada por el Papa Juan Pablo II, se celebra cada 2 de febrero, fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo, la jornada de la Vida Consagrada, una fecha que nos invita a poner ante el Señor el camino de entrega y servicio vividos por tantos hombres y  mujeres consagradas, presencia viva de Cristo en medio de nuestro mundo y, al mismo tiempo, nos impulsa a seguir llevando adelante la misión recibida, compartiendo cada día con nuestros hermanos y hermanas la luz del Señor Resucitado, que alumbra toda oscuridad.

El lema de la XXV Jornada de la Vida Consagrada de este año 2021 ha sido: «La vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido». En el mensaje enviado con este motivo por la Congregación para los Institutos de  Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica a todos los consagrados, encontramos una referencia constante a la Encíclica Fratelli Tutti escrita por el Papa Francisco, para la que se inspiró en san Francisco de Asís y en la que nos invita a actuar juntos, a reavivar en todos “una aspiración mundial a la fraternidad”, “a soñar juntos” (n. 8) para que “frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social” (n. 6). Esta Encíclica, es un don precioso para toda forma de vida consagrada que, sin esconder las muchas heridas de la fraternidad, puede encontrar en ella las raíces de la profecía.

En nuestra comunidad de Roma, celebramos la Eucaristía en este día de fiesta, en la Jornada de la Vida Consagrada, unidas a nuestros Hermanos Terciarios Capuchinos de la Curia general, renovando nuestra consagración al Señor, en la Iglesia, dentro de nuestra familia carismática, al servicio de los descartados, de los más vulnerables, de los heridos y abandonados al borde de las cunetas de la existencia.

Los signos que nos acompañaron en la celebración querían plasmar el lema mismo de este día:

  • una lámpara encendida, urgidos a ser esa luz que nosotros recibimos del Señor, “luz para alumbrar a las naciones”, en las realidades que nos toca vivir;
  • una madeja de lana que al cruzarse va creando una red, entrelazando la fraternidad, pidiendo a María, experta tejedora, nos acompañe en nuestro seguimiento y entrega como consagrados, dando gracias por el don de los hermanos;
  • una lámina que recogía algunas de esas heridas de nuestro mundo, junto a María, la Virgen oferente, nuestra Madre de los Dolores, con el alma traspasada por una espada, sintiéndonos comprometidos a ser bálsamo, presencia compasiva y misericordiosa para nuestros hermanos y hermanas a quienes acompañamos y servimos.

Al concluir la liturgia de la Palabra, con nuestras lámparas encendidas, renovamos nuestro compromiso de vivir en obediencia, en pobreza y en castidad, pidiéndole al Señor que Él sea siempre el Todo de nuestra vida, dando así credibilidad a nuestro anuncio misionero, como hombres y mujeres de solidaridad, comunión y amor por los otros.

Finalizada la Eucaristía, compartimos la mesa en un ambiente de auténtica alegría y fraternidad. En palabras de nuestro Padre Fundador, Luis Amigó, ¡gracias sean dadas a Dios por todo!

 

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