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La visita del Papa Francisco a Malta en abril

El Papa realizará un viaje apostólico de dos días a la República de Malta, del 2 al 3 de abril de 2022, visitando las ciudades de La Valeta, Rabat, Floriana y la isla de Gozo. El Papa Francisco ha aceptado la invitación del Presidente, las autoridades civiles y la Iglesia Católica de ese país. 

Estaba previsto que el Papa realizara esta visita a Malta el 31 de mayo de 2020, pero se pospuso debido a la situación de la pandemia del coronavirus.

El tema del viaje apostólico del Papa, “Nos mostraron una amabilidad inusual”, se refiere a la hospitalidad mostrada a San Pablo por el pueblo maltés cuando un barco que lo transportaba a Roma naufragó allí en el año 60 d.C. El tema pone en evidencia la difícil situación de los migrantes que cruzan el Mediterráneo hacia Europa, y quiere ser una fuente de aliento para una nueva evangelización en la isla.

Hay otros Papas que han realizado visitas apostólicas a Malta: el Papa San Juan Pablo II visitó Malta en los años 1990 y 2001 y el Papa Benedicto XVI también visitó la isla en 2010. El Papa San Juan Pablo II beatificó a Jorge Preca, quien se convirtió en el primer santo maltés en 2007.

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133 Aniversario de los Religiosos Terciarios Capuchinos Amigonianos

La Congregación de Religiosos Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores celebrará este mes sus 133 años de fundación; fueron fundados, cuatro años después que las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, gracias a la inspiración del Espíritu Santo al capuchino español, Fray Luis Amigó y Ferrer, el 12 de abril de 1889.

La Congregación se denomina Religiosos Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores: Capuchinos, porque la Congregación está agregada a la Orden Franciscana Capuchina en espíritu, nombre y hábito; Terciarios, porque los Religiosos profesan la Regla y Vida de la Tercera Orden Regular de San Francisco de Asís; de Nuestra Señora de los Dolores, no sólo para distinguir a la Congregación de otros posibles Institutos de Terciarios Capuchinos sino debido a la devoción de nuestro Padre Fundador a Nuestra Señora de los Dolores y para encomendar a la Congregación y su misión a la intercesión de Nuestra Señora.

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Clausura de la celebración de los 500 años de cristianismo en Filipinas

El 16 de marzo del pasado año 2021, la Iglesia Católica cumplió 500 años de presencia en Filipinas. Muchos filipinos recuerdan la primera llegada del Cristianismo hace cinco siglos a las costas de Limasawa, al sur de Leyte. La primera misa se celebró en Filipinas el 31 de marzo de 1521 y el 14 de abril de ese mismo año se realizó el primer bautismo. Según algunas fuentes, ese día al menos 800 nativos, incluido el cacique de Cebú, Rajah Humabon y su esposa, fueron bautizados y la imagen del Santo Niño fue obsequiada a la esposa de Rajah Humabon como regalo.

El año jubilar por la celebración de los 500 años desde que se recibió el don de la fe en Filipinas, dio comienzo el 4 de abril de 2021 – Domingo de Pascua – y terminará el 22 de abril de 2022. En la ceremonia de apertura de esta celebración, el Arzobispo Rómulo Valles de Davao, Presidente en ese momento de la Conferencia de Obispos Católicos de Filipinas (CBCP), señaló la apertura de las «Puertas Santas» de las iglesias peregrinas en Filipinas, con el tema «Dotados para dar». La CBCP, para darle más significatividad a este acontecimiento, comenzó a disponerse y trabajar para esta celebración en 2013 y toda la Iglesia filipina ha ido lanzando cada año un tema para la preparación de estos 500 años de Cristianismo.

De hecho, el don de la fe en muchos filipinos todavía está vivo y se vive. Y ahora, muchos filipinos se convierten en misioneros para compartir lo recibido en muchas tierras extranjeras.

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Pascua 2022

Pareciera que para nosotros hoy debería ser mucho más fácil creer en la Resurrección de Jesús, no sólo porque encontramos en el Nuevo Testamento varios pasajes sobre este acontecimiento que fue revelado, en primer lugar por Él mismo y luego por sus discípulos que narraron sus apariciones, sino porque tenemos evidencia de que la Iglesia lleva más de dos mil años anunciando esta verdad que es el fundamento de nuestra fe cristiana. Sin embargo, al igual que los discípulos de ayer, también nosotros que seguimos al Señor tenemos que experimentar el misterio pascual en nuestra propia vida, y es aquí desde donde debemos comprobar si estamos adheridos a Jesús por una creencia que nos basta para acomodarnos a una vida según nuestras conveniencias y criterios, o estamos del lado de los que hacen de su fe una experiencia de encuentro con ese Dios compasivo que sufre y muere por amor, pero que resucita gloriosamente para destruir a todos los enemigos de la persona humana, especialmente, el pecado y la muerte.  Seguramente y gracias a Dios, aunque muchos de nosotros se ubica en este segundo grupo, ante nuestra propia realidad y la que vive el mundo, la confrontación con el Resucitado es una tarea cotidiana, vigilante y urgente porque mientras vamos de camino hacia el cielo prometido y con la certeza de que su Espíritu va con nosotros, nuestra carne es débil y las huellas del pecado se dejan ver por todas partes dando pie para que los incrédulos o indiferentes sigan pensando que para los cristianos Jesús no es una Persona sino un relato fantástico registrado en la Biblia.

En este sentido y de cara a lo que hoy vivimos al interior de nosotros mismos, de nuestras familias, de la Iglesia y del mundo, sobresale con mucha frecuencia una mirada poco esperanzadora sobre el presente y futuro de la humanidad, las imágenes que se viralizan diariamente sólo exponen las diversas caras de la injusticia, la enfermedad y la muerte, causadas por el pecado que se encarna en el abuso de poder, la falta de amor y respeto por la vida en todas sus formas.  Muchos de nuestros diálogos y encuentros se centran en lo mal que estamos y en lo mal que vivimos porque esa es la realidad, pero no es toda la verdad.  Es exactamente lo que les pasó a los apóstoles que acompañaron a Jesús durante su ministerio y que después de su muerte, quedaron impactados y desconcertados al ver morir cruelmente a su líder, al comprobar también que en tres días aproximadamente se hizo añicos el sueño del “Maestro” que hablaba de un reino nuevo, lleno de justicia y de paz. Ante este desenlace inesperado se llenaron de dudas, miedo, frustración y un terrible desencanto por la vida, pero en medio de este panorama de muerte, atrapados por la noche más oscura, surge la presencia victoriosa de Jesús Resucitado que es para siempre el Dios de la Vida y se desencadena la verdad que nos hace libres a nosotros también.   

Esta es la buena y gran noticia que se fue propagando entre ellos cuando Jesús se les iba apareciendo en esos escenarios de tristeza, decepción y fracaso en los que se habían refugiado. Ahora había alegría, se les abrieron los ojos, la mente y el corazón, entendieron que sin la muerte no hay resurrección, celebraron con Jesús su victoria sobre la muerte manifestada en su presencia cargada de los gestos que ya conocían, pero que ahora percibían más conscientemente.  La muerte  de Jesús los había postrado, pero su resurrección los levantó y los impulsó a salir con valentía para anunciar convencidos que la crucifixión no fue el final sino el comienzo de una nueva era para toda la humanidad.

Por lo dicho anteriormente, veo oportuno aprovechar que estamos a pocos días de vivir en la Iglesia una nueva Pascua y reconocer humildemente que nosotros también necesitamos seguir encontrándonos con Jesús Resucitado para sacudirnos el polvo que se nos ha ido pegando en el camino impidiendo que veamos los frutos de su resurrección en las personas y en lo cotidiano de la vida.  En este sentido, como hermana terciaria capuchina quiero concluir esta sencilla reflexión, refiriéndome al numeral 5 de nuestras Constituciones que precisamente nos recomienda estar atentas a los signos de los tiempos como actitud característica de nuestro Padre Fundador y plantear como una tarea para vivir en comunidad y con los laicos, la acogida al proceso sinodal que vive la Iglesia como camino de comunión, participación y misión.  Esta es una llamada que se nos hace a través del Papa Francisco para caminar juntos como expresión del valor supremo de la fraternidad que se alimenta del Resucitado, Pan de Vida, y renueva su compromiso bautismal y su corresponsabilidad en la misión evangelizadora en el mundo de hoy. 

HNA. ELIZABETH CABALLERO GREEN, TC


¡Vivir la Pascua! La mayor alegría del creyente, bien lo expresa san Pablo: ʺSi Cristo no ha resucitado, tanto mi anuncio como vuestra fe carecen de sentido” (1 Cor 15,14). El Concilio Vaticano II proclama este hecho eclesial como raíz y fuente, centro y culmenʺ (Lumen Gentium 10,11,12; Ad gentes 9…).

Distinguimos en el misterio de la Pascua de Cristo la historia y el misterio en sí, el acontecimiento histórico frontal y la realidad sacramental permanente en la Iglesia; ésta última constituye propiamente el misterio pascual en la vida de la misma, clave del año litúrgico y fundamento del vivir cristiano como ʺcorresucitados con Cristo” (cf. Col 3,1).

Ser cristiano es injertarse en la realidad sobrenatural del misterio pascual; desconectarse de la forma consciente e inconsciente de la realidad salvífica de la Pascua, es no ser cristiano. Cristo se sometió incluso a la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios le concedió el nombre sobre todo el nombreʺ (Fil 2,8-9).

El misterio central de la Pascua abarca de manera íntegra el proceso unitario de los acontecimientos salvíficos: muerte del Verbo encarnado en condición de víctima solidaria y vida nueva, resurrección y corresurrección con Cristo. Es la trilogía pascual “Calvario, sepulcro y resurrecciónʺ, instando a cada creyente a la transformación interior por medio de la vivencia personal del misterio regenerante de muerte al hombre viejo en Cristo y con Cristo. La vivencia consciente y responsable del camino cuaresmal ha de llevar al culmen de la nueva existencia en Cristo resucitado.

De aquí que la Iglesia y en ella nuestra Congregación provocan el encuentro personal con Dios en el misterio consumado de su Hijo: ʺNadie va al Padre sino por mí ˮ (Jn 14,6). En el hoy de la historia, la Congregación nos va interpelando y conduciendo a hacer presente el Misterio pascual entre las personas a quienes anunciamos el Evangelio, compartiendo con ellos la realidad que viven en el día a día: el hambre, el desempleo, el abandono y prepotencia de gobiernos dictatoriales, entre otros, sembrando la esperanza y confianza en la Resurrección de Jesucristo, el Señor. Es el Espíritu el que nos impulsa y estimula en la acción evangelizadora.

Despertó el Sol, es la Pascua, Cristo ha resucitado, es el día primero de la nueva creación. En este contexto, el papa Francisco nos dice: ʺNo os canséis de hacer el bienˮ.

Gozosas, sigamos viviendo fieles a Dios en esta familia carismática, siempre comprometidas con la realidad.

HNA. ARELYS MARTÍNEZ, TC    

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Aún seguimos… creyendo y apostando

En este tiempo de tantos cambios, cuando parece que no hay camino, cuando la noche cree que ha ganado, tu voz sentencia, Yo estoy contigo (cf. Mt 28,20).

Cuando hablamos de la realidad tan difícil que vive nuestro mundo, lo primero que planteamos es que nos falta conciencia del cuidado que debemos tener con él para preservar su existencia, y es una frase que hemos escuchado y repetido hasta la saciedad, “el mundo está como está, porque nos falta conciencia” pero ¿será esto cierto del todo? o ¿es una frase que se ha viciado con el tiempo y se ha desgastado de tanto repetirla? 

Frente a la saturación de tanta información, aparece el fantasma de la desesperanza y la indiferencia, con aquella frase lapidaria: ESO YA LO SABEMOS. Para salvaguardarnos de este fantasma, la ética del cuidado nos insta a ayudar a los demás, de tal modo que no puede plantearse la OMISIÓN. Constatamos la necesidad, nos sentimos obligados a procurar que se resuelva; y esto se basa en la comprensión del mundo como una red de relaciones, en la que nos sentimos insertos. Desde el Génesis (Gen 1,28)  nos ha encomendado Dios, la tarea de custodiar y señorear la tierra  y hoy  el Papa, consciente de la crisis ecológica planetaria, nos  exhorta a desarrollar “un nuevo paradigma de comprensión de la relación entre la especie humana y la naturaleza. Partiendo de la categoría bíblica de la creación, concibe el mundo como un don de Dios, orgánico y frágil, que debe ser amado, respetado y regulado según la misma ley de Dios (…)  La solución está en la unión y en la armonía entre la ecología medioambiental y la ecología humana.

No podemos huir de nuestra responsabilidad ni de la tarea que tenemos ante el mundo, es preciso, urgente y necesario, orar, reflexionar y unirnos para detener esta autodestrucción; debemos cuidar, recrear y defender nuestro planeta, tenemos la necesidad imperante de articular equilibradamente una ecología medioambiental y una ecología humana. Así lo ha expresado Bernardo Toro: “vivimos en una paradoja, primero como especie humana, hemos creado todas las condiciones para desaparecer: el cambio climático (calentamiento global) el uso (abuso)  del agua, el consumo excesivo de electricidad, la acumulación de la riqueza en unos pocos que genera hambre en muchos, los límites y deterioro de los territorios (fracking, minería ilegal, tala indiscriminada de bosques), esto nace de nuestra mala relación con el planeta; por otro lado, hemos creado todas las condiciones para reconocernos como una sola especie, ya que no existen razas, sino una especie con diferentes tonos de piel  (…) El internet, el turismo, la globalización, la interculturalidad, la migración, nos han unido en red y si queremos podemos salvaguardarnos quitando las fronteras que nos separan, nos dividen, enfrentan y destruyen.

Parafraseando lo dicho por el Papa en varios de sus discursos ante los desastres naturales que ha vivido el mundo, siempre afirma que el mundo creado por Dios, es bello, uno y armónico, pero el ser humano, en la medida en que se ubica en el centro de la creación, se pone por encima del Todo; sus intereses egocéntricos, introducen una fractura, una desarmonía que conduce el mundo al caos y a la pérdida del equilibrio que lo caracteriza. La raíz, pues, del mal, de la ruptura, es la lógica del ego, consiste en vivir conforme a los propios intereses. 

El mal uso de la libertad humana es la génesis de la devastación medioambiental que sufrimos. Vivimos una crisis predominantemente antropológica: para sanar la herida del ecosistema, primero hay que curar la fractura dentro del hombre; cuidar es igual a curar – sanar.

Por eso nos urge retomar los principios esenciales de la ética del cuidado que   es ante todo una forma de vida, que prioriza las relaciones humanas alrededor del cuidado, entendido éste como el afecto en su máxima dimensión. El cuidado de sí mismo, el cuidado del otro, el cuidado de lo que es de todos; como bien lo explicita la encíclica Laudato Si, la casa común es asunto de todos; o nos unimos y comprometemos o desaparecemos por nuestra propia mano.

Carol Gilligan, al hacer un estudio sobre las acciones humanas con mujeres, distinto al que había hecho su maestro Kohlberg (solo con hombres) decía entre otras cosas que “las mujeres nos preocupamos por los demás, tenemos mayor capacidad emocional, somos más sensibles, priorizamos las necesidades por encima del cumplimiento abstracto de deberes y el ejercicio de derechos. A las mujeres se les facilita un poco más el respeto a la diversidad y procuran la satisfacción de las necesidades del otro, no solo según su trabajo sino su necesidad”. 

Es hora de tener un cambio de enfoque en la relación de uno mismo con los demás y con el mundo: se trata de “pasar del consumismo al sacrificio, de la avidez a la generosidad”. Todo cambio de comportamiento, y más de mentalidad, necesita de unas motivaciones concretas y un camino pedagógico que hay que ir elaborando entre todos, y en este punto, los consagrados tenemos mucho que aportar.

Al mirarnos a la luz de esta realidad, las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, nos sentimos impulsadas a comprometernos más, no solo desde las comunidades locales, haciendo cosas buenas, como tratar de convivir bien entre nosotras, reciclar, ahorrar energía, no contaminar los ríos y mares, entre otras iniciativas; también es necesario apostar desde la institucionalidad para trabajar  en red con otros y otras, puesto que tenemos varias ventajas: en primer lugar, somos mujeres, que poseemos esa sensibilidad natural que brota de nuestras entrañas, de nuestra maternidad espiritual obligándonos a no ser indiferentes ante el que sufre. Segundo, somos mujeres consagradas en búsqueda de la hondura espiritual que no es otra que la identificación con la persona de Jesús y sus acciones (cf. Gal 4,19); Él, se dejó conmover a profundidad por la hemorroísa, la viuda de Naïm, la sirofenicia, el leproso, el ciego del camino, entre otros; por otro lado, somos herederas de una rica espiritualidad franciscano-amigoniana, donde el amor fraterno es universal, abarcando la creación y el cosmos; la compasión y la misericordia son ejes transversales de nuestro accionar.  

También es necesario tejer red en cuanto a la ecología humana y nuestra opción por la humanidad, con la certeza que se debe amar a todos. Gilligan,  también explica que, el bienestar humano y la sostenibilidad ambiental dependen de la diversidad biocultural, de su interacción y de su transformación temporal, comprendiendo que: La biodiversidad es esencial para el correcto funcionamiento de los servicios que mantienen la estabilidad de los ecosistemas y la dignidad de sus habitantes. La pérdida de biodiversidad se asocia con el rápido crecimiento de las poblaciones humanas, su concentración en núcleos urbanos con un modelo de consumo insostenible que va unido al aumento de residuos y contaminantes, a conflictos bélicos y a un muy lento avance de la igualdad en la distribución del bienestar y los recursos.  

La inequidad social tiene unas raíces muy profundas en la desigualdad social, heredadas de generación en generación, las cuales son difíciles de erradicar y para contrarrestar esto es preciso unirnos al caminar de otros para que la voz sea más fuerte y llegue a los oídos de aquellos que mueven los hilos del mundo, pero no solas, sino en comunión con la Iglesia y con toda la humanidad especialmente en las fronteras donde la vida clama porque está en peligro de extinción. 

Carlos Cullen de manera poética dijo así: “Si sabemos estar siendo y no pretendemos ser sin estar, cuidaremos del otro en cuanto otro, como la forma más profunda de entender el cuidado de sí”.

Y finalmente ante la hecatombe que se avecina si no nos convertimos, se comprende desde la ecología humana que: Hay dos superestructuras del ambiente cultural, que condicionan los ciclos el primero es el dinero, que modula la cantidad y calidad de vida en los diferentes grupos humanos; el segundo la información, difundida con rapidez vertiginosa a través de las nuevas tecnologías, condiciona los patrones de comportamiento social en todos sus aspectos, incluidos los relacionados con el gasto y consumo desmedido de los recursos. Solo cuando tomemos conciencia y sigamos apostando por el Reino de los cielos, la hermandad y la comunión con todos, la situación del mundo y del planeta se revertirá.

“Y aún seguimos en tu camino,  Dios hecho hombre, maestro y guía y aún vivimos tan convencidos que solo el Reino es nuestra utopía. Y aún seguimos enamorados de tu persona y de tu proyecto y aun reímos y aun cantamos tan obstinado de un mundo nuevo” (Himno 50 años de la CLAR)

HNA. CILIA IRIS BONILLA, TC