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RGPD Reglamento de Protección de Datos

A partir del 25 de mayo del año 2018 entró en vigor el nuevo Reglamento Europeo General de Protección de Datos (RGPD), relativo a la protección de las personas físicas en lo que respecta al tratamiento de datos personales y a la libre circulación de estos datos, una norma que es de aplicación obligatoria a partir de esa fecha y que impone a las organizaciones numerosos deberes en relación a la privacidad.

Como Congregación religiosa inscrita ante un estado europeo, se nos solicita dar cumplimiento a un número de requerimientos que venimos implementando desde el año 2018.

Es importante establecer un mapa de ruta para cumplir con el nuevo Reglamento, ya que hay numerosas decisiones jurídicas relevantes a tener en cuenta y nos vemos expuestas a sanciones económicas si no tenemos implementado este Reglamento. El primer paso que hemos dado es ejecutar, identificar y analizar las áreas de riesgo y documentar los tratamientos de datos personales que se llevan a cabo, a través de un inventario de todas las actividades de tratamiento que realiza la Congregación. Para este cometido contamos con la asesoría de una empresa de abogados llamada Atico34 con sede en Madrid, que nos guían en la implementación de este Reglamento.

 Uno de los requerimientos del RGPD para nuestra Congregación es el:

 CONSENTIMIENTO EXPRESO

 Se establece la obligación de las organizaciones de obtener un consentimiento expreso, inequívoco y verificable, y no tácito de la información que se obtenga de sus miembros.

Todas las hermanas debemos dar consentimiento para que la Congregación tenga los datos de carácter personal, algo que en la práctica ya sucede, pero el Reglamento nos pide anexar un documento con firma de cada uno de los miembros de la Congregación. En este formato se informa del alcance y características de este requerimiento que se divide en: Consentimiento Protección de Datos personales, Compromiso de Confidencialidad y Autorización uso de fotografía de la hermana.

La implementación del RGPD en nuestra Congregación ya se viene haciendo con cobertura en varios aspectos tales como los correos organizacionales y próximamente en nuestros sitios web. Dar cumplimiento a esta normativa nos ayuda a garantizar aspectos tan importantes como la transparencia y salvaguarda de la información, seguridad en la protección de los datos personales de las hermanas, entre muchos otros. Quiero resaltar que este Reglamento es un desafío que nos invita a conocer mejor y asumir prácticas en el uso de los datos con normativas y leyes internacionales que vamos incorporando en nuestras estructuras; evidentemente el tema es muy amplio y desde cada Demarcación vamos a acompañarles en la implementación de este Reglamento de manera puntual, informando y explicando todos los aspectos relevantes y exigencias que iremos desarrollando.

La Congregación y las Demarcaciones manejan en sus respectivas Secretarías, los datos, firmas e imágenes personales de todas las hermanas, que es necesario proteger, frente a eventuales manipulaciones.

Continuamos en las fases de implementación de este Reglamento y seguiremos informando sobre las novedades del mismo.

 Que el Señor lleve adelante esta obra que ha iniciado la Congregación y encuentre en cada una de nosotras la disponibilidad y responsabilidad oportunas, para acoger y poner en práctica estas disposiciones de carácter civil que, sin embargo, reflejan la atención y el cuidado que Dios tiene con lo propio de cada persona.

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La familia es el eje transversal de nuestra misión apostólica

Celebrar la fiesta de la Sagrada Familia es para las Terciarias Capuchinas motivo de regocijo, reflexión y compromiso. En la familia de Nazaret encontramos la mejor escuela de humanidad a la que nos remite siempre la Iglesia.

El Papa Francisco en su última encíclica Fratelli Tutti, cuando hace referencia a construir una gran familia habla del amor: “El amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa […] Amor que sabe de compasión y de dignidad”.

Nosotras hemos comprendido que la familia sigue siendo el mejor lugar para ir encontrando el sentido de la vida, ir descubriendo y desarrollando los dones personales y comunitarios que nos fueron otorgados, construir los valores que nos hacen mejores seres humanos, poder ser en nuestras particularidades, aprender a cuidar lo que se nos ha prestado mientras estamos aquí, y para todo lo demás que tú y yo podemos reconocer.

Si todo esto es tan importante, si allí descubrimos y recibimos lo fundamental, es vital para las terciarias capuchinas trabajar, ser puentes, ser luz para que las familias desempeñen la misión de sembrar lo que hace posible que brote una humanidad más compasiva, bondadosa, amorosa, tierna… la humanidad que estamos necesitando hoy.

El cambio climático, como dice Leonardo Boff, no es la enfermedad, es la fiebre que evidencia que hay algo que no está bien en el planeta; también el consumo de drogas, los feminicidios, la violencia, el narcotráfico y todas las realidades que nos duelen, porque dañan la vida, son la consecuencia; la causa es la violencia que hay en nuestro corazón, el egoísmo, la indiferencia y el individualismo. La institución que puede generar siempre una nueva cultura, la que se necesita, la que supera los males que van en contra de la vida y propicia en cambio “la cultura del encuentro” de la que habla el Papa Francisco, es la familia.

Nuestro Padre Fundador, Luis Amigó, nos quiso de la Sagrada Familia porque desea que vivamos así, como una familia de hermanas que va creando en lo cotidiano relaciones de confianza, seguridad, amistad, preocupación desmedida por la otra y el otro, lugar donde se supera el miedo, lo que según dicen los psicólogos necesita una persona para sentirse bien, para dar lo mejor de sí misma, para proyectarse de la mejor manera en su misión.

“Nadie da de lo que no tiene”. Sigamos apostando porque nuestras comunidades sean realmente esos espacios de vida, que mi hermana, mi hermano puedan recibir lo mejor de mí, lo que construye, lo que Dios ha hecho conmigo. Y, luego, eso mismo proyectaremos a las familias con las que compartimos, les podremos decir que sí, que es posible perdonar, porque yo me he sentido perdonada y acogida por la misericordia de Dios y de mis hermanas y, a la vez, he disculpado sus pequeñas equivocaciones; que es posible servir porque en mi comunidad todas estamos al servicio de todas y de todos; que es posible sacrificarse por el otro porque nos turnamos y llevamos unas las cargas de las otras; que es posible que todos estén bien en la familia, porque las personas que nos ven se dan cuenta que en mi comunidad nos preocupamos por la más vulnerable, la que está enferma, triste, en duelo o en crisis, porque todas pasamos por esas situaciones en algún momento.

Y además, algo en lo que vamos creciendo, la gente admira ¡cuánto nos guardamos la espalda!; también vamos creciendo en el sentido de pertenencia que habla de que nuestras raíces son como las del árbol de ceiba, árbol que siempre está verde, aun en tiempos de sequía, porque la ceiba toma el agua de la fuente, no necesita ser regada, vive desde dentro. Nuestras comunidades cuando toman el agua de la fuente, de la fuente que es Dios, están siempre vivas, reflejan el verde de la esperanza que sólo puede dibujar Él en nosotras.

La vida de familia que nuestro Padre Luis vislumbró para las terciarias capuchinas, al fundarnos, es la que nos inspira y nos lleva a trabajar con las familias, como dicen nuestras Constituciones en el n° 61: “La Familia de Nazaret estimula con su ejemplo nuestra vida diaria y nos compromete, en la labor apostólica que realizamos, a crear un clima de familia y prestar especial interés en la promoción cristiana de los hogares”.

El sueño congregacional es que en cada comunidad local vivamos como verdadera familia de hermanas, acompañemos a las familias y oremos por ellas. Seguimos caminando bajo la mirada atenta y la protección constante de Jesús, María y José, en comunión y solidaridad con las familias del mundo.

Hna. Lilia Celina Barrera Ramirez, TC

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La debilidad puede transformarse en fortaleza

La pandemia del Covid 19 que, desde hace casi un año, está azotando al mundo, nos hace experimentar la fragilidad de la naturaleza humana, las limitaciones de los recursos de atención sanitaria con que cuentan los países, incluso los más desarrollados, y la precariedad de nuestra vida. Por otro lado, lo que estamos viviendo está transformando el mundo y, no sólo por lo que se refiere a los hábitos culturales y nuestras formas de encuentro, sino también a otras dimensiones de nuestra existencia.

El Coronavirus amenaza nuestra vida, pone en crisis nuestra economía, revela las franjas de pobreza que a veces no logramos ver y menos aún encontrar, nos hace vivir en una situación de vulnerabilidad y, con todo ello, nos lleva a replantearnos el sentido de la vida humana. Para enfrentar estas situaciones nuevas e imprevisibles estamos intentando buscar respuestas nuevas a nuestras necesidades materiales y morales, y el hombre va inventando o descubriendo nuevas formas de subsistencia familiar y social, afina su sentido de solidaridad y, con frecuencia, la experiencia de impotencia lo lleva a ahondar en la dimensión espiritual y religiosa de su vida.

Continuamente, a través de los medios de comunicación y las redes sociales, circulan noticias contradictorias sobre el virus, la conveniencia o menos de aplicar las medidas impuestas por los gobiernos para contener la difusión del mismo y la posibilidad de contar pronto con una vacuna que impida y contenga el contagio masivo, así como informaciones alarmantes sobre el número de contagios y fallecimientos, y todo esto crea tensión, temor, dudas junto con expectativas que, desde el punto de vista científico, nadie puede garantizar. La soledad, la pérdida de seres queridos y las consecuencias socio-económicas de la pandemia envuelven en dolor y sufrimiento a un número cada día más alto de la población mundial que, con frecuencia, pierde la esperanza y la confianza en las instituciones y esto contribuye a ir desestabilizando ulteriormente el equilibrio social y moral de los ciudadanos.

Por otro lado, los gestos de solidaridad de organismos y personas que contribuyen a aliviar el dolor y la soledad, saliendo al encuentro de las necesidades de la población más frágil; la entrega del personal que trabaja en contacto directo con los enfermos, exponiéndose al riesgo de contagio; el esfuerzo conjunto de los investigadores que buscan terapias eficientes para salvar vidas y vacunas que prevengan el contagio… son luces que iluminan el escenario de sombra y de muerte en que vivimos. Y sabemos que, más allá de estos testimonios concretos, mucha gente está descubriendo o redescubriendo la luz de la fe, y la experiencia de la fragilidad nos lleva a buscar algo más allá de lo que vemos y a reanudar el contacto con Dios. Lo testimonia el alto número de personas que durante el “lockdown”, participaban en la Eucaristía a través de los medios, en los millones de personas que siguieron a través de la televisión y las redes sociales la oración del 27 de marzo de este año 2020, presidida por el Papa Francisco, para pedir a Dios el fin de la pandemia.

Cuando la oscuridad envuelve la tierra, cuando el hombre vive la dramática experiencia del dolor y del anonadamiento, cuando más grande es su fragilidad, Dios sale a su encuentro y con discreción manifiesta su gloria. Es el gran misterio de la redención que se nos revela en la Palabra y se encarna en la historia.

En el momento de la Creación, Dios rompió las tinieblas del caos inicial creando la luz (Gn 1,2-3); la presencia misteriosa de Dios en una columna de fuego, condujo a los judíos fuera de las tinieblas de su esclavitud (Ex 13,21-22); y la luz del Resucitado alumbró para siempre a la humanidad, despertando en su corazón la esperanza y la fe (Lc 24,13ss).

La experiencia de fragilidad que vive el mundo es indudablemente una experiencia de dolor y muerte pero, como dice san Pablo, en la debilidad humana se manifiesta la fortaleza de Dios (2Cor 12,9-10) y los hechos revelan cómo el Señor se hace discretamente presente en medio de nosotros, a través de todo el bien que crece en medio de esta pandemia.

Las fuentes carismáticas franciscanas y amigonianas abundan en hechos que prueban que la debilidad es terreno fecundo de novedad y de vida. Francisco de Asís, antes de que su vida diera un giro significativo, experimentó un profundo fracaso humano en la derrota militar y en la enfermedad; y el Padre Luis Amigó maduró humana y espiritualmente a través de experiencias duras de desamparo por el fallecimiento de sus padres, de la violencia social en la agitación política que caracterizaba el momento histórico en que vivió, y en tiempo de epidemias.

La Palabra de Dios y la historia, maestra de vida, enseñan que la fragilidad y la debilidad, asumidas con fe y confianza en el Señor, pueden abrir paso a una nueva creación; el dolor y la muerte destruyen pero el corazón del hombre, siempre sediento de vida, busca siempre lo que puede regenerarla y la fe que nos abre a la relación con Dios y nos injerta en su vida nueva y eterna, es la luz y la esperanza que alumbran las tinieblas que nos rodean y mueven la caridad, que siempre renuevan el bien y la vida.

La misma pandemia está transformando nuestros estilos de vida rompiendo esquemas y hábitos culturales que, quizá, no siempre son malos, pero a lo mejor necesitan ser reorientados y, a la vez, nos lleva a redescubrir el gusto de las cosas sencillas, el valor y la importancia de las relaciones y la vida en familia, la belleza del encuentro del cual estamos momentáneamente privados, la utilidad de los medios de comunicación que nos permiten seguir trabajando y muchas otras cosas más. Todo esto puede ser el inicio de una novedad de vida más humana, de relación e incluso más ecológica y podemos valorar positivamente todo esto.

Para el creyente, la pandemia, experiencia de temor, desorientación, dolor, muerte, cansancio, búsqueda inquieta de soluciones que ayuden a superar este momento e incluso de indisciplina en la aplicación de las medidas que proponen e imponen los gobiernos civiles, es una invitación a tomar en las manos la lámpara de su fe, alimentarla con el óleo de la oración que lo pone en comunión con Dios e intercede por el mundo, mantener firme la esperanza en el Señor que todo lo puede, entregarse a los demás con gestos de caridad y ser testigo de obediencia y colaboración con las autoridades civiles y eclesiales (Rm 13,1; Tit 3,1), siguiendo sus directivas y motivando a otros a hacerlo. Y esto es lo que hizo el Padre Luis Amigó, en circunstancias parecidas (cf. OCLA 2192).

Fortaleza que brota de la debilidad y luz que rompe la tiniebla: en el encuentro de dos realidades aparentemente contrapuestas se regenera la vida y la experiencia de la pandemia, aún en medio del dolor que nos afecta, puede transformarse en una profunda renovación de la vida personal y social, en el momento histórico que vivimos. Que el hombre no pierda esta oportunidad y confíe a su Creador la re-creación que la humanidad necesita hoy.

 

Hna. Cecilia Pasquini TC    

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La vida religiosa y las redes sociales

Estamos viviendo un momento crucial en la humanidad debido a la pandemia y la infodemia (saturación de información que se dispersa y difunde a cada instante), sin embargo, posiblemente en años posteriores tendremos certeza de la pregunta antes descrita y sabremos si la vida consagrada no se merma por la tecnología y las redes sociales.

En la actualidad, se tiene contemplado que las formas de religiosidad han cambiado totalmente debido a la tecnología. Autores que no ignoran la autonomización de la práctica religiosa, ni los cambios del mundo de vida y del imaginario religioso contemporáneo, afirman incluso que el ideario religioso se ve modificado también por las redes sociales, y por nuevas interacciones a través de lo digital. Sin embargo, la pregunta sería ¿serán las redes sociales y el internet el mejor medio para crecer espiritualmente? ¿Es necesario tener presencia en estos nuevos escenarios?

Al hablar de las redes sociales, entendemos el cambio radical que se ha efectuado en la vida y en el modo de hacer, de pensar y de actuar de las personas. Basta mirar alrededor para notar que en poquísimos decenios ha cambiado la sociedad tan rápidamente que no nos hemos dado cuenta de ello. Hoy es normal que, como en todas las casas, también en las parroquias y en las comunidades religiosas haya un ordenador conectado a internet, para mandar y recibir informaciones mediante e-mail o para mantener contactos en Facebook, Twitter, todos ellos instrumentos que han modificado notablemente la vida cotidiana y las relaciones.

No solamente las relaciones sociales, sino también el diálogo sobre y entre los diferentes credos que corren en Internet. Precisamente la aparición de la web ha llevado a la Iglesia a replantearse la misión que Cristo le ha confiado de anunciar el Evangelio hasta los confines del mundo. En efecto, la web está ampliando constantemente las formas en que la Iglesia y la vida consagrada proponen el mensaje evangélico, con ideas comunicativas cada vez más estimulantes: blog religiosos, portales de noticias, espacios de reflexión personal o de discusión sobre temas espirituales, por no hablar de las numerosas presencias de religiosos y religiosas en redes sociales

Un estudio de 2019 muestra que, entre los adultos, las cuatro redes sociales más usadas son Facebook, Pinterest, WhatsApp y Twitter y para los adolescentes, TikTok e Instagram. La tendencia general es que cada vez más, las puertas de acceso a redes sociales son los dispositivos móviles. Es significativo que, de hecho, dos redes sociales que funcionan como aplicaciones sólo por dispositivo móvil se encuentren entre las más usadas a nivel planetario: WhatsApp tiene más de 1900 millones de usuarios (dato hasta el segundo  semestre de 2018) e Instagram 800 millones (datos hasta enero de 2018); la gran revelación ha sido TIK TOK con más de 700 millones de usuarios.

Todos estos datos ofrecen coordenadas para perfilar una adecuada acción apostólica: facilitan un sano realismo, permite redimensionar necesidades más o menos generales según las tendencias y ofrecen una oportunidad para examinarse a sí mismo en torno a estos datos. Por ello las redes sociales, se nos ofrecen como OPORTUNIDAD para servir a la cultura del AMOR y en medio de tanta banalidad, ofrecer un oasis de fe y espiritualidad; la red nos puede proponer muchas experiencias,  aunque hay que saber identificarlas porque muchas veces pueden estar vacías. Por eso unas recomendaciones  para ordenarse en internet pueden ser:

  • Utilizar internet como herramienta de información.
  • Atención a la mediación digital en la relación.
  • Criterio de necesidad y uso de la red.
  • Mejor cuanto menos, para encontrar el equilibrio.
  • Ser auténticas.
  • Crear espacios off-line (desconexión).
  • Llevar un control.
  • Planificar
  • Usar el Protocolo Congregacional de uso de las redes sociales

Tenemos que evangelizar en internet por mandato de Jesucristo, por la naturaleza misionera de la Iglesia, porque el mundo lo espera de nosotros (sin saberlo) y porque es un lugar habitado, es un atrio de los gentiles y es siempre una oportunidad. Hemos sido creados y estamos en la red para ser LUZ.

No basta pasar por las calles digitales, es decir simplemente estar conectado: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro (Mensaje 50 Jornada de las comunicaciones sociales, Papa Francisco).

Nuestra presencia en las redes tiene que ser en SALIDA HACIA LAS PERIFERIAS. Tenemos que ser testigo, crear Comunidades, ser hijas de la Iglesia, ser mujeres orantes.

Algunas claves para pensar en internet con la Iglesia. Tenemos que preguntarnos:

  • ¿Utilizo la red como medio, como un lugar habitado por corazones humanos?
  • ¿Fomento una cultura del encuentro con los otros o por el contrario me refugio en sectores cerrados?
  • ¿Acepto mi responsabilidad mostrándome como cristiana en la red?
  • ¿Forma internet parte de mi vida de fe (oración, sacramentos, vida espiritual…)?

La vida consagrada tiene que aportar a la red:

  • Fraternidad
  • Testimonio evangélico vivido y creíble.
  • Misericordia y encuentro personal.
  • Esperanza a nuestra sociedad.

La red nos da la posibilidad de un apostolado “gratuito” y eficaz, nos puede ayudar a vivir el Carisma, nos potencia la creatividad, nos inserta en una nueva cultura en la que inculcar el Evangelio, nos propicia en el encuentro personal con usuarios de toda condición, podemos dar visibilidad a la Congregación.

Un gran reto es la SIGNIFICATIVIDAD, no sólo estar, hay que penetrar en las conciencias, hay que propiciar un verdadero encuentro, tenemos que actualizarnos tanto personal como comunitariamente, debe ser un ejercicio planificado, que tenga un objetivo claro, tenemos que saber comunicar lo cotidiano de manera atrayente. Es clave que nos mostremos siempre de forma explícita o implícitamente, vale la pena  estar en las redes para ser testimonio de misericordia, acogida y evangelización constante, ya que la marca personal de una consagrada no termina en ella, sino en Dios. “Para que vean vuestras buenas obras” (Mt 5,16).

Unos  consejos y herramientas para ser más productivos en las redes sociales:

  1. Programar
  2. Organizar el tiempo en tareas.
  3. Poner un tiempo límite.
  4. Utilizar un calendario.
  5. Crear plantillas para contenidos.
  6. Gestionar la información
  7. Tomar el pulso a la audiencia.
  8. Trabajar en equipo.
  9. Medir, potenciar y mejorar.
  10. El bloqueo solo está en nuestra imaginación.